miércoles, 22 de agosto de 2018

E L T U N C H I


                                (Francisco Izquierdo Ríos)
El trabajo de molienda de caña en el día había sido muy rudo, por eso los peones en el espacio libre y arenoso frente al trapiche, después de haberse bañado al atardecer en el río, descansaban echados en esteras de palma conversando en voz alta sobre mil incidencias de su vida de trabajadores.
Las pailas de caldo o caña arrojaban densos vapores desde los fogones encendidos, rojos llameantes, estaban cocinando el caldo de caña para hacer chancaca.
Unos cuantos peones estaban encargados de cuidar las pailas hasta buene hora, sacar la espesa cachaza con las espumaderas e ir poniendo la ceba.
La calma de la noche era tumbada por el viento juguetón que pasaba haciendo ruido en las ramas de los árboles.
De pronto los peones callaron.
-¿Oyen? –preguntó Juandela, medio levantándose, arrimándose de codos sobre la estera.
Los otros en voz baja contestaron afirmativamente y trataron de oir más en igual postura que Juandela.
-El tunchi – taita diosito –Alguien va a morir.
Quién sabe , uno de nosotros así, hom..
-Capaz hom…capaz uno de nosotros estamos hediendo a muerto, ya homm..
-¿Oyen?  Volvió a decir uno de ellos…más cerca está silbando ya, no sé que se hace mi cuerpo hom .. se estremece.
Por orilla río es, cerquita hom..
Alguien sabra ahugado así, hom…y su alma baja llorando por las aguas.
Bah, ya se hizo chunya, hom… nos ha sentido seguro.
Ha callao en el puerto, espero va a pasar puaquí, vamos ahuaitarlo.
A ver callen pué – ordenó Juandela.
Ya ve, ya ven, pasó y ahora y ahora está silbando por la cuesta, camino del pueblo, Más oigannn.
Habrá pasao por el bosque, capaz por nuestro ladito, hom.., viéndonos. `Puesto es ala, hom…puede pasar por nuestro lao, sin que lo veamos nosotros.
¿Ha oído Ud., doña Silvia, preguntó de repente Juandela.
-Sí, taita Juandela, pero ya estará lejos-contestó Silvia, como tratando siempre de calmar.
Alguien va a morir estos días, doña Silvia, quien sabe algunos de nosotros así. Me acordará Ud. – dijo Juandela.
Y preferimos quedarnos a oir la fantástica charla de los peones que ir a dormir en el cuarto contiguo al trapiche, por el miedo que nos dominaba en esos momentos.
Una noche, decía taita Juandela, yo mansionaba solito en la Hacienda de taita Alfredo, me había quedado solito a cuidar los animales.
La noche era clara con luna, yo estaba remendando mi pantalón en el terrado de la choza, junto a la luz de un “churo” de aceite, cuando de pronto oigo que los perros aúllan en el pasto, tan triste, como si lloraran.
Los ganado, caballos y chanchos venían corriendo, asustados y soplando las trompas, como a buscar amparo a los corredores de la casa.
Las gallinas que dormían en las ramas junto al cerco de la huerta de plátanos, gritaban de modo extraño y aleteaban espantados.
Los perros seguían aulla y aulla, corrían gimiendo a la casa, luego regresaban al pasto aullando, en ese ir y venir estaba como si alguien les espantara.
Inmediatamente pensé que era el tunchi, felizmente yo no tengo miedo.
Desde el borde del terrado miraba el pasto, cuando veo que un bulto caminaba río arriba, alzando las manos como pidiendo perdón y llorando amargamente.
Mi cuerpo se volvió grueso y pesado por un momento y tuve miedo por un momentito.
¿Y quién no, cuando oye llorar al tunchi?
El bulto se perdía por arriba del río, siempre llorando y alzando las manos con desesperación.
Los perros no se atrevieron a seguirle, se quedaron aullando en el pasto, seguramente ra un alma en pena.
Yo he visto a cada rato al tunchi, le oído silbar, llorar a cada rato.
Tantísimos años ya, que yo llevo andando por estos bosques, en tantos años se ve muchas cosas, hom… y así concluyó taita JUANDELA.
Yo vuelta oído silbar y llorar al tunchi, pero nunca le he visto, hom…exclamó uno de los peones más jóvenes, en mi algodonal casi todas las noches le oigo llorar por el camino, triste llora hom.. muy triste.
Cuando ahugado don Llumi mi vecino, tarde la noche, en mi calle  oído llorar su alma, exclamó otro, así como también en la huerta de mi casa y una vez también a las doce del día, cuando estaba cogiendo granadillas en un bosque junto a mi platanal, de repente oigo tres hachazos seguidos en mi ladito, tres hachazos sobre un cetico que se alzaba allí nomás, a dos pasos más o menos de mí.
Las ramas del árbol se sacudían con los golpes, miré bien, no había nadie, taita Dios, corrí de miedo a mi chacra sin juntar las granadillas que tumbé al suelo.
¡Era la sombra!
El mediodía es pesao, pue – habló taita Juandela. Esa hora anda la sombra, desde las doce hasta el amanecer del día siguiente en que todos los espíritus desaparecen con las últimas sombras de la noche, ante la blanca luz del día.
-Una vez estaba yendo – cuenta otro – por un camino silencioso mpntao en mi caballo, cuando junto a un espeso bosquecillo de ocueras, éste dio un tremendo salto, soplando la trompa, asustado, tumbándose de barriga en el lodo.
¿Porqué hizo así el caballo? Observo el bosquecillo y descubro dentro de el un abultamiento de tierra en forma de tumba.
Y verdaderamente era una tumba, seguramente hayan allí enterrado a algún infeliz que murió sin familia – en una de esas chacras cercanas, algún peón shishaco seguramente que le atacó la terciana.
El caballo se asustó por eso. Los animales huelen, pué el muerto, los perros también aúllan en las noches, ladran como queriendo agarrar a alguien.
Donde se oye llorar más al tunchi es en los ríos, hom.. todas las noches se oyen que llaman, como que piden auxilio, después como que lloran.
Son las almas de los que se augan, pue,hom…
Pueblo también se oyen todas las noches silbar al tunchi en las huertas, en las calles, en los barrancos y se le ve en las calles.
Una noche regresaba de un baile, cuando veo un hombre que viene y cuando nos íbamos a encontrar, desapareció como humo, mi cuerpo se hizo grueso, hom…y pegué la carrera a mi casa.
En el pueblo hay calles pesadas, sitios, donde no solo el tunchi asusta, sino también el demonio, así como en los caminos del bosque.
Entra a las casas también el tunchi, Una noche cuando ya estábamos acostados en mi casa para dormir ya, oímos que se abre la puerta, luego que entra alguien  y que suspira largo, largo como si estuviera cansado.
También se oye que toma agua del cántaro, hace sonar el pocillo, igualito,hom..
Si pué, se oye que se abre la puerta, si en verdad se abre, hom…
Alma pué, hom…alma pué
Cuando el tunchi entra a la casa, hay un remedio para hacerle correr – dice taita Juandela. Todos Uds. deben saber, con un calzoncillo, primero, luego con un justán, se azota en el aire, en las paredes del dormitorio, de la sala, huyendo inmediatamente el alma.
Si el alma es de mujer, huye con los azotes del calzoncillo y si es hombre con los justanazos.
Con el justán y el calzoncillo se hace correr al tunchi, por eso siempre hay que tenerlos listos junto a nuestra cama.
Así es taita Juandela. Así es.
¿Uds. han visto al ayapullito? , preguntó de pronto uno de los peones.
Yo a pesar viejo, yo no visto nunca – habló taita Juandela, oído llora nomá en las huertas igualito pullito con frío, llora el condenao.
Píu, píu dice en medio de las sombras de la noche, es porque ahí está andando el tunchi.
Cuando canta ayapullito en la huerta, seguro muere alguien de la casa.
Mamá Cata, dis agarrau una vez, estaba cantando dentro su casa, buscándolo y lo encontró bajo unas ollas.
Su cabeza dis pelao como cadáver,su pluma negra como mortaja - - dice uno de ellos.
Sí dis pué- contesta el que estuvo relatando, después Mamá Cata le dejó dentro de una olla de barro, amarrando bien la boca de ésta con un trapo para verle mejor de día.
Al amanecer fue a ver, desató el trapo de la boca del cántaro y no encontró nada, había desaparecido el ayapullito (pullito del muerto,pué).
Vive dicen en el panteón, solo sale de noche con los tunchis.
Así es pué, exclama taita Juandela y no se puede agarrar ni ver al ayapullito, se le oye llorar nomás como un pullito con frío en los árboles de las huertas.
Dicen que su cabeza es como una calavera, pelao y su pluma negra como mortaja.
Bueno y Uds. han visto a la lamparilla – preguntó taita Juandela.
Yo no visto hasta aura.
Yo de lejos visto brillar en la pampa una noche.
Yo no quisiera ver. Santo Dios. Horrible dis es, hom.
Taita Juandela dice: Yo sí le visto, llovía un poco esa noche, el pueblo estaba sumido en profundo silencio.
Yo me levanté a  meter a la casa un cuero de vaca que se estaba mojando en el patio y que me olvidé de meter en el día, cuando veo una luz azul que se mueve a cierta altura del suelo en la pampa detrás del cerco.
Taita diosito, veo un esqueleto que llevaba en el pecho, en el mismo sitio del corazón, una llama azul que de lejos parecía una lámpara.
Un esqueleto, Dios mío, un esqueleto bajo la lluvia y por esa calle en aquella noche silenciosa se perdió la lamparilla.
Taita Dios, una lamparilla, si da miedo, un esqueleto que anda corriendo y con una luz en su pecho, taitituuu.
Y luego todos se fueron a dormir. Ya ven. Hablaba taita Juandela, por la mañanita, ya ven , el alma de taita Benja pasó silbando anoche por aquí.
Ayer por la tarde ha muerto en su chacra, el pobre. Aistá su cadáver en el puerto.
Su alma ha venido adelante, pobre Taita Benja, exclama otro.
Era  verdad, en el puerto se balanceaba una balsa amarrada a un árbol de la orilla, allí envuelto en una blanca cobija estaba el cadáver de Taita Benja.
El pobre hombre había sido atacado por una fiebre maligna y había muerto en su chacra.
Toda la noche sus familiares bajaron su cadáver en la balsa a lo largo del río, le traían para enterrarlo en el cementerio del pueblo.
Todos los peones estaban convencidos que aquello que oyeron silbar en la noche era el alma de Taita Benja.
En el ambiente del trapiche flotaba, como es natural, una honda emoción de miedo y misterio.





domingo, 19 de agosto de 2018

EL CHULLACHAQUI


                                   (Francisco Izquierdo Ríos)
El chullachaqui, el diablo de pies desiguales, que se transforma de un momento a otro en gente, en árbol, en ave, en arroyo o en perro  dentro de las verdes soledades de la selva inmensa y asusta a los caminantes o rapta con engaños a los niños que andan solos o se quedan en las chozas de las chacras, como también a los adultos.
Aparece por lo general en la persona de un pariente, de una madre, de un padre, de un tío, tía o a veces también en la de un amigo e invita amablemente con un pretexto a seguirle por la selva.
Hasta después de haber caminado una regular distancia dentro del silencio y del desamparo se revela tal como es y deja amarrado a su víctima, si es adulto en una tangarana y si es niño lo sube a uno de los árboles gigantescos, donde los deja oculto.
 A veces también aparece en un uno de esos caminos ante algún niño como una linda gallina blanca con hermoso pollitos, que el niño les sigue para agarrarlos bosque adentro, donde es víctima de un fatal engaño.
Cuentan que han encontrado a niños raptados por el chullachaqui en los altos ramajes de los árboles con los rostros desfigurados por terribles rasguños y sin habla, o sea mudos.
Los indios “cargueros” que conducen viajeros por la selva descubrían las huellas de sus pies desiguales en el lodo de los caminos y sienten gran terror o escuchaban en los momentos de lluvias el rumor de las conversaciones de estos chullachaquis en las aletas de los renacos.
En una noche de luna, don Pascual iba de Saposoa a Sacanche montado en su caballo, era un hombre valiente, no tenía miedo al diablo ni al tunchi y le gustaba viajar en las noches de luna, iba por el camino silencioso, cuando en la cumbre del cerro “Poloponta”, que era un sitio pesado, salió un hombre del bosque. Hablando palabras gangosas con el propósito de agarrar la brida del caballo de don Pascual, el caballo se asustó, dio un tremendo salto y por poco casi derriba a su jinete.
Don Pascual, sin asustarse hincó las espuelas en el caballo y de daba fuertes riendazos, consiguiendo atropellar al fantasma, el que conociendo el temple del valeroso jinete no hizo más que adelantarse y seguir por el camino a cierta distancia a don Pascual, quien sin miedo alguno iba tras él  , espoloneando su caballo que resoplaba asustado.
Hasta que al llegar a la orilla del riachuelo Sacanche, desde donde se divisaba las casitas del pueblo y cuando ya la bella luz del amanecer aparecía, desapareció el fantasma como humo.
Era el chullachaqui.
En ese pequeño cerro de Poloponta que era un sitio muy pesado, una vez don Olegario que iba también una noche por ese cerro, cuando subía, vio que des la cumbre bajaban peleando dos perrazos negros de ojos brillantes, como carbones encendidos.
¡Santo Dios! Dijo don Olegario y sacó su machete y sin atemorizarse, siguió adelante y cuando ya los animales estaban junto a él, se abalanzó contra ellos para cortarlos pero desaparecieron, dejando un fuerte olor a azufre y a chivo.
Luego don Olegario oyó silbidos, cantos, hachazos en el bosque y una bulla tremenda…¡ Era el chullachaqui!.
En una ocasión, un hijo mató a su padre en el bosque, porque lo confundió con el chullachaqui. Iban a buscar a sus chanchos, que hacía tiempo se habían remontado hacia la selva y no regresaban ya a sus corrales, o a las casas de sus dueños, volviéndose salvajes.
Vete tú por acá y yo por este lado, nos encontraremos junto a la quebrada, dijo el padre a su hijo al entrar al bosque, pero ten cuidado, no vaya a engañarte el chullachaqui.
Ya tu sabes, puede aparecer como yo o como cualquiera de nuestros parientes, le das machetazos si este aparece. No tengas miedo.
Después entraron los dos a la selva inmensa, por distintos caminos con el fin de encontrarse a las orillas de una quebrada que corría en el fondo.
El muchacho iba por el bosque con cierto recelo y miedo, pensando en el chullachaqui y en los consejos que le había dado su padre.
Ante cualquier ruido se sobresaltaba, más todavía cuando oyó reírse a la fatídica chicua en un árbol muy alto.
En uno de esos sitios, su padre que había cambiado de parecer repentinamente se le apareció, venía en busca de él con el objeto de seguir otro rumbo.
El muchacho se quedó mirándolo asustado.
No temas –le dijo- soy tu padre, vamos por aquí, por este sitio creo que estarán los chanchos y siguió caminando en esa dirección.
Tú no eres mi padre, gritó de pronto el muchacho. Eres el chullachaqui, me quieres engañar y corriendo alcanzó a su padre y le asestó un terrible machetazo en la nuca.
El pobre hombre cayó instantáneamente muerto y el muchacho volvió corriendo a su casa. Había matado a su padre confundiéndole con el chullachaqui.
Por eso, amigos hay que fijarse primero en el pie derecho de alguna gente, que se encuentre en los caminos, pues cuando el chullachaqui se transforma en egente siempre tiene el pie derecho más pequeño que el izquierdo, pero el condenado trata siempre de ocultar este pie en alguna forma.
Por eso siempre la tarde se vuelve pesada con un fuerte olor a chivo en el ambiente, es porque el chullachaqui pasa en ese momento, cojeando, cojeando por el camino.



lunes, 13 de agosto de 2018

EL VIEJO ARRIERO



                 (Francisco Izquierdo Ríos)
Después de haber comido nuestro fiambre, nos calentamos al fuego yo y mi viejo arriero y ansioso le digo ¿Qué me cuentas buen viejo?.
Nací en Molinopampa, patrón y estos mis ojos se han enturbiado solo en este diablo camino a Moyobamba.
Las arrugas de mi cara brotaron en cada viaje que hice por este pésimo camino del infierno y así como mi cara también tengo arrugado el alma, aquí adentro, pues patroncito tengo muchas penas.
Yo he sido arriero de toda clase de gentes, de gringos muy altazos como los eucaliptos y como ellos, mudos pasaban a Loreto y de costeños habladores que venían de subprefectos.
He tenido patrones nobles, de mano suelta, como patrones muy malos, grandísimos “puñetes” que hasta se fijaban en el fiambre.
Y el viejo arriero saca de su talega y masca la agradable coca.
Y en Pishcohuañuna muchas veces a los “munchas palúdicos” les he visto pelar el ojo y los cubrí con ramas y piedras, colocándoles una cruz, siquiera. Como lloraban las mamás de estos buenos muchachos qu salen de sus casas, patrón, a buscar fortuna y encuentran en un cerro desierto y frío sus tumbas
Desde que fui niño trajino estos senderos y una vez en un barranco profundo y cubierto de bosque espeso. Grande fue mi sorpresa al encontrar a las bestias amarradas unos de otras de las colas.
¡Santo Dios! Patrón, el duende.
Después de rogar y rezar a Dios  con todo mi corazón para que me ayudara llevando en la mano una cruz que formé de ramas, bajé con padecimiento y por mil rodeos al fondo del abismo, desaté a las bestias y de una en una, padeciendo las hice subir.
El duende, patrón, el duende.
De un rato, felizmente cuando ya estaba encima del barranco, oí que dentro de las palmeras, bien abajo, se reía burlescamente el duende, taitituu.
Mi cuerpo se hizo grueso y mis pelos se pararon de punta.
Haciendo uso de todo mi valor corrí hacia la cueva, arreando a las bestias.
Hay que tener cuidado en estos diablos caminos de los horribles duendes, que viven en los cerros o bien bajo la tierra.
El duende, patrón se burla de la gente, el maldiciado hasta criaturas se roba, patrón, los llevan lejos, lejos.
Y hay cuevas también en los cerros, patrón, donde el duende se burla de nosotros los cristianos cuando pasamos por lado de ellos, nos remeda, silba, canta, ríe, nos tira piedras con ramas y hasta con isma de pájaros, patrón.
Por eso, nosotros al pasar por estos sitios le damos la contra que nos enseñó el taita cura, rezando el padre nuestro y la santa cruz hacemos con nuestros dedos, o sino , le damos miedo golpeando nuestros puñales en las piedras hasta sacar candela.
Y patrón, en las noches unos gritos habrás oído, como de alguien arrea. Es el alma patrón, de algún arriero muerto.
¡Uff! Amarga la coca, taitituuu, mala señal. Seguro que mañana  otra vez va a llover.

martes, 7 de agosto de 2018

EL SHINGO ENAMORADO



– Cuento cajamarquino (Bambamarca)
El shingo andaba enamorao de una linda muchacha y to' los días lo seguía cuando ella salía a recoger leña o a traer agua.
Un día decidió ir a presentarse a los padres de la muchacha y ellos, apenas lo vieron y se fijaron que era feo, esqué dijeron:
- ¡¿Pa' qué diablo pue este feazo, negro, patas rajadas?! No queremos que sea nuestro yerno.
Entonces el pobre shingo se fue triste, pero sin perder las esperanzas.
Varios días pasó lavándose las patas con una piedra áspera pa' que blanquearan, pero todo seguía igual. Hizo un nuevo intento de ir a pedir la mano y no lo aceptaron.
Regresó el shingo al río y siguió sobando sus patas hasta dejarlas sangre-sangre; en ese momento se le acercó el huayhuash y le dijo:
—Compadre shingo, ¿qué hace usté aquí?
—Estoy lavando mis patas pa que se hagan blancas y tal vez así me acepten mis suegros— contestó el shingo.
—Esas sus patas son así de nacimiento— le dijo el huayhuash —, si usté gusta yo voy a hacer el pedimiento a su nombre y después que lo saco a la muchacha usté lo lleva.
El shingo pensó un rato y luego aceptó la propuesta, pero dijo:
—Bueno, compadre, váyaste; pero no lo vaya a hacer nada a la muchacha en la casa. Yo estaré mirando por la ventana.
Entonces el huayhuash, con poncho al hombro y pecho blanco, se fue a la casa y ahí mismo le aceptaron. Hicieron el casamiento y lo llevó a la muchacha a la cama, pero como el shingo estaba mirando, grito enojadazo:
—¡Compadre, así no ha sido el trato!
En eso salió la muchacha y con un palo le dio un huicapazo por las patas y el shingo tuvo que irse volando sin ningún consuelo ni esperanza. El huayhuash se quedó a vivir y gozar con la muchacha.