lunes, 26 de febrero de 2018

LA MARIMACHA


                  (HUMBERTO DEL AGUILA ARRIAGA)
Se llamaba Juana, era moyobambina y a los 15 años se había casado con Rodolfo Freitas, un brasilero que llegó a Moyobamba y con su marido que era cauchero partió a la selva.
Le decían la marimacha porque competía con todos los hombres en todo.
Era capaz de estar un día entero en la popa de una canoa, insensible al sol, surcando los ríos con una carabina y no le fallaba a un sachapato a 50 mtrs.
Derribaba con el hacha los árboles más corpulentos y machete en mano pocos le ganaban en abrir trochas en la selva.
Con su marido se dirigieron a la selva del río Humaytá a la cual llegaron después de luchar días y días contra el río.
Se instalaron y construyeron un gran tambo, hombres y mujeres se dedicaron a marcar árboles, derribarlos y formar los canales en la tierra para la coagulación del látex de caucho.
Los socios de Rodolfo no estaban contentos porque encontraban insoportable la vida en esa selva.
Había innumerables árboles de caucho y habían llegado a la conclusión de que con unos tres años tendrían lo suficiente para vivir tranquilos el resto de sus días.
Los caucheros hablaron de abandonar el trabajo e ir en busca de otro rincón de la selva.
Juana dio un salto, indignada diciéndoles: ¿Acaso no son hombres? ¿Llevan polleras en lugar de pantalones? Solo a unos maricas se les ocurriría abandonar el trabajo por miedo a los animales.
Váyanse todos, yo con mi marido nos quedaremos trabajando aquí hasta reventar.
Los hombres bajaron la cabeza avergonzados y no se habló más de cambiar de lugar.
Se acordó que desde el día siguiente una de las mujeres por turno quedan al cuidado del tambo.
Era peligroso porque los salvajes podían incursionar y porque había muchas fieras, pero era necesario.
De ese modo también cocinarían cuando los demás lleguen hambrientos del trabajo.
Un día, Rodolfo el marido de Juana vino con una noticia que llenó a todos de consternación, de que había visto un tigre cebado, lo conoció a distancia, porque en lugar de las hermosas manchas negras sobre el fondo pálido de la piel había manchones de caracha.
Tigre cebado es aquel que ha probado carne humana y en castigo se cubre de una caracha que le va invadiendo lentamente hasta dejarlo limpio de pelos y el tigre toma un aspecto horroroso, con el cuerpo de color de tierra oscura y con heridas sangrantes, pues para aliviarse del escozor se frota contra los árboles o se rasca con sus garras afiladas hasta desgarrar la piel podrida.
El tigre cebado encuentra desabrido las carnes de todos los animales y caminará un día entero tras el rastro de un hombre hasta matarlo.
Posiblemente ya el tigre andaría merodeando por los alrededores del tambo y era una suerte que lo viese Rodolfo.
Los caucheros para no verse expuestos a un ataque nocturno, colocaron chontas y caña brava para rodear el tambo de frágiles paredes.
Al día siguiente siguieron el rastro del tigre y no se habían equivocado los caucheros, pues a eso de la medianoche, oyeron los rugidos de un tigre cerca del tambo y como la hoguera estaba encendida, no se atrevió a acercarse.
Juana había estado trabajando en la confección de un artefacto que nadie entendía para que lo quería y era como un gran cucharón.
Apenas amaneció, los caucheros tomaron su desayuno, se aseguraron de que sus carabinas funcionaban bien y se prepararon para la batida.
Pero surgió un conflicto, Juana dijo que ella no iría que se quedaba en el tambo por si venía el tigre, ya vería lo que es bueno, le iba a meter una bala calibre 44 entre los dos ojos.
A ella no le asustaban los tigrecitos, por algo hacía ya 14 años andaba con su marido metida entre los caucheros.
Por otra parte no pensaba salir del tambo y por entre las aberturas de las ponas y de los carrizos podía disparar sin peligro.
Se le había ocurrido variar el menú y preparar una mazamorra y se quedó.
Partieron los cazadores y Juana cogió su carabina, limpió cuidadosamente la mira, movió la palanca para cerciorarse de que tenía la bala y después se puso a preparar la mazamorra.
Un olor a quemado llegó hasta Juana y de un salto estuvo junto al fogón moviendo con su improvisado cucharón la mazamorra en el perol.
Escuchó un crujido imperceptible que le hizo levantar la cabeza y frente a ella se encontraba el otorongo de cabeza redonda, una especie más feroz.
Juana permaneció inmóvil, era inútil pensar en la carabina porque antes de agarrarla el tigre la habría alcanzado.
El gran cucharón cogido por Juana estaba y estaba dentro del perol, Juana sonrió.
El otorongo un poco fastidiado por el humo, se iba acercando a Juana dando un rodeo como para sorprenderla por la espalda, pero la mujer se desplazaba alrededor del perol lentamente sin dejar de mirar al tigre y sin soltar su cucharón.
Cuando el tigre se encontró a una distancia de unos 06 pasos, se dispuso a dar el salto, para esto se replegó sobre sus patas traseras, haciéndose un ovillo.
Abría las fauces para rugir y lanzarse, Juana balanceaba el gran cucharón repleto de mazamorra hirviente y arrojó certeramente el contenido a la cara de la fiera.
El tigre dio un rugido horrendo y un salto prodigioso, se revolcaba en el suelo, se prendió al suelo escarbando y arrancando de raíz los pequeños arbolitos.
Juana furiosa, sin medir el peligro que corría, cogió un hacha y mientras el tigre se revolcaba, de dos hachazos lo dejó muerto.
Mientras tanto en el bosque, los cazadores andaban con toda precaución siguiendo los rastros del tigre.
Llegaron al tambo dos horas después y al ver lo que había hecho Juana se quedaron mudos de asombro y admiración.
Solo Rodolfo llegó al animal y poniéndole un pie encima, le habló: “Pobre animalito, no sabías lo peligroso que era meterse con mi mujer. Podías habérmelo preguntado”
Juana se acercó temblando a su marido y le echó los brazos al cuello.
El hombre le correspondió con un abrazo sensual.

Carlos Velásquez Sánchez



lunes, 19 de febrero de 2018

VOCABLOS QUECHUAS Y REGIONALISMOS SELVATICOS


A
Achiquin vieja: Vieja mala y perversa.
Ahwasi : Mal cazador.
Alao : Expresión de compasión.
Allao: Agradable, delicioso.
Ampato: Renacuajo, sapo.
Añau, añañau: Que bonito, que lindo.
Ashipa: Raíz que se come.
Atunpampa: Pampa o llanura.
Atumplaya : Playa grande.
Apuy: El bebé se llenó al lactar.
Asnaricra : Mal olor de las axilas.
B
Bola bola : Suelo no plano, aterronado.
Bayano : Rata.
C
Caspisapa : Árbol grande.
Cuica: Lombriz.
Cususapa: Tosiento.
Cuñushca : Masato hervido.
Chugni ñahui : Legañoso.
Chupusacha : Planta medicinal.
H
Huarapero : Borrachín.
Huayra caspi : Árbol del viento.
Huayranga: Avispa grande.
Huihuacho: Huérfano, abandonado.
Huarmishco: Hombre que pelea con la mujer.
Huato : Nudo de la pretinilla con que la mujer asegura sus calzones.
Huayracho: Estéril, que no puede tener hijos.
I
Inchi: Maní.
Inchicape: Sopa de maní.
Ishapado : Enfermo , umpuriado.
L
Lanta tipina: Primer corte de pelo del niño.
Llambo : Liso.
Llapchar: Estrujar.
Llocllada: Creciente de los ríos con desbordamiento.
M
Macha macha : Medio borracho.
Machashca : Borracho.
Machaysiqui : Borrachín.
Mamanchi : Abuela.
Manchari : Susto, miedo.
Mishqui micuna: Comida sabrosa.
Muru muru : Sin madurar.
Mana mishqui: Que no tiene sabor o de mal gusto.
Mingado: Mazamorra de plátano verde o maduro.
Ñ
Ñaña: Hermana.
Ñahuisapa: Persona con ojos grandes.
Ñuto: Tortilla de almidón con azúcar.
Ñucñu ñucñu: Dulce, dulce.
P
Pacaysapa: Guaba grande.
Pashna: Cerda con cría.
Pichiruchi: Pobre diablo.
Piksha: Bolsa o talega.
Pishpira: Muchacha alocada.
R
Ruro: Molleja de la gallina.
Rupacho: Quemado.
S
Singón: Narizón.
Shingurear: Embrujar.
Shungo: Corazón.
T
Tuta tuta: Anochecer.
Ticti: Verruga.
Tishuma: Despeinada.
Tuprar: Frotar, sobar.
U
Ushutas: Ojotas, llanques.
Upa: Sordo.
Y
Yucra: Camarón de riachuelo.
Yahuar: Sangre.
Yurac: Blanco.
Yacuhuasca: Soga que al ser cortada vierte agua.

Carlos Velásquez Sánchez







miércoles, 14 de febrero de 2018

EL ZORRO Y EL CUY


Esto sucedió hace mucho tiempo, cuando un desconocido hacía daños en una chacra por las noches. Las plantas amanecían chancadas y medio comer. Entonces, el dueño de la chacra construyó una trampa y esperó atento sin cerrar los ojos a pesar que el sueño lo invitaba a dormir. A la media noche oyó gritos: alguien había caído en la trampa.
Era un cuy grande y gordo. El propietario lo ató a una estaca y regresó a su casa relamiéndose en el pensamiento. —Mañana por la mañana pongan agua hirviendo para pelar un cuy, almorzaremos cuycito — Le dijo a sus tres hijas antes de acostarse.
El cuy, atado a la estaca, luchaba inútilmente mordisqueando la soga. Y así lo encontró con un zorro que pasaba por ese lugar.
— Compadre — dijo el zorro — ¿Qué has hecho para que estés así?
—Ay, compadre, si tú supieras mi suerte — dijo el cuy —, enamore a la hija más bonita del dueño de esta chacra y ahora quiere que me case con ella. Pero esta joven ya no me gusta.
Y me tiene amarrado aquí hasta que aprenda a comer carne de pollo que me repugna.
Así mintió el cuy haciéndose el zonzo, luego dijo el muy astuto —Creo que a ti te gusta la carne de gallina, ¿verdad?
— A veces —dijo el zorro, haciéndose también el zonzo.
— ¿Por qué entonces no me desatas y te pones en mi lugar así te casas con la joven linda y comes carne de ave todos los días.
—Voy a hacerte este favor compadre — dijo el zorro.
Al día siguiente, muy temprano, el propietario de la chacra fue a llevarse al cuy, pero se encontró con el zorro.
— ¡Ay! ¡Desgraciado!, ¡Anoche eras cuy y ahora eres zorro! Igual te voy a majearte duro — dijo el dueño dando latigazos.
— ¡Ay! ¡Ay! ¡Sí me voy a casar con su hija! ¡Lo prometo! ¡También prometo comer carne de pollo todos los días! —gritaba el zorro.
Al oír estos extraños argumentos, el propietario lo azotaba más fuerte interrogando al zorro, hasta que en una tregua en la golpiza, el zorro explicó todo lo que hablo con el cuy.
El dueño se echó a reír y luego lo dejó en libertad, un poco apenado por haber descargado su ira con el tonto zorro. Desde ese día, el zorro comenzó a buscar al cuy. Quería vengarse de todos los azotes que recibió del granjero.
Y es así que un día se encontró con él y pensó que era el momento de la venganza. El cuy viendo que ya no podía escapar se paro como sosteniendo una enorme roca que sobresalía del cerro, el zorro se acercó dispuesto a vengarse, pero intrigado al verlo en esa posición; entonces el cuy con voz exhausta dijo:
— Compadre zorro, ha llegado el momento, Tienes que ayudar a sostener esta piedra. ¡El mundo se está cayendo y hay que echarle una mano!
Al principio el zorro no le creyó, pero la cara de miedo que ponía el cuy finalmente lo convenció. Empezó a ayudarle imitándolo sosteniendo la enorme piedra. Y así pasaron un bien tiempo.
— Compadre, empujas voy a encontrar buscar algo como una cuña para apuntalar mejor el cerro— dijo el cuy y se fue corriendo.
Pasó un día, luego dos, el cuy no regresaba y el zorro ya no podía más. —Voy a morir aquí, ya no doy— pensó. Cansado y asustado dio un salto hacia atrás, pero, como era de esperar, la piedra no se movió.
—Otra vez, me ha engañado — dijo, pero esta es la última porque cuando lo encuentre, grrr cuando lo encuentre…
Y así día y noche siguió el rastro del cuy hasta encontrarlo al lado de un corral abandonado, el cuy viéndolo de reojo, calculó que no podía escapar. Entonces comenzó a rascar en el suelo, simulando no haber visto al zorro.
— ¡Rápido! ¡Rápido! , se repetía así mismo —Ya viene la sentencia, ¡el fin del mundo! , ¡Caerá la lluvia de fuego!
—Bueno, compadre mentiroso, hasta aquí has llegado— dijo el zorro —, te voy a comer.
—Muy bien compadre— dijo el cuy—, pero tenemos algo más importante que hacer ahora.
-Ayúdame a hacer un agujero, ya que va a llover fuego-. El zorro comenzó a ayudarle asustado. Cuando el agujero era tan profundo, el cuy saltó en él.
— ¡Échame tierra, compadre!- suplicó el cuy- ¡Tápame por favor, no quiero quemarme con la lluvia de fuego!
— Viendo las cosas, eres menos pecador que yo. Tú no tendrás tanto castigo con la lluvia de fuego como yo. Mejor tápame tú, compadre, yo primero ¡por favor! — Dijo el zorro asustado.
—Tienes razón compadre. Cambiemos, pues, de lugar - dijo el cuy saliendo del agujero. El cuy no solo tiró tierra, sino también, ishguin y caruachash. Así es que mientras lo cubría decía: "Achachay, achachay, ¡ya comenzó la lluvia de fuego!, ¡mira como me sacrifico!"
Cuando terminó, se limpió las manos y se fue riendo. Pasaron los días y en el agujero el zorro empezó a sentir hambre. Quiso sacar una mano y toco los ishguines.
– ¡Achachay!— dijo —, deben ser las brasas de la lluvia de fuego, guardo su mano y esperó.
Días después, el hambre le hizo arriesgarse, salió con dolor por pasar sobre los ishguines y entre las puntas de las espinas vio que afuera todo estaba bien.
— ¿Se habrá enfriado el fuego?— pensó.
Estaba más delgado que una paja, finalmente se convenció de que había sido engañado otra vez. Busco al cuy sin cesar día tras día, noche tras noche. Entonces una noche que estaba en busca de comida, encontró al cuy en el borde de un pozo de agua. El cuy al verlo, comenzó a lloriquear.
—¡Que mala suerte tiene compadre! — Dijo, —Yo estaba llevando un queso grande, pero se ha caído en este pozo. — El zorro se asomó y vio en el agujero el reflejo de la luna llena.
— Ese es el queso— dijo el cuy.
— ¡Tenemos que sacarlo!— dijo el zorro.
—Vamos a hacer esto, compadre: Usted entra cabeza abajo y yo lo sujeto de los patas. - Y lo hicieron por un buen rato. El cuy agarrándolo dijo: Usted es muy pesado, compadre. Ya casi no puedo aguantarlo. Dicho esto y lo soltó. El zorro, gritando cayó de cabeza en el pozo. Así murió ahogado, el zorro zonzo.

Carlos Velásquez Sánchez

jueves, 8 de febrero de 2018

LA GUERRA DE LOS CHULLACHAQUIS



                                  ( JORGE LUIS SALAZAR SALDAÑA )
Don Eliseo Valdez avanza por la trocha que van abriendo Pedro Pipico y Shanti Tuanama en el bosque de la cabecera del río Pisqui.
Va en busca de los cotizados árboles de caoba ue el brujo Shapiama le hizo ver en una purga de ayahuasca.
Vamos Shanti, no es hora de  descansar, tenemos que seguir caminando,
Pucha, don Elico estoy cansado, ya no tengo edad para estos trajines.
Ahora que te he dado trabajo, sigamos adelante, tenemos que encontrar esos árboles de caoba.
Shanti le dice: Ya hemos caminado por toda esta selva y no hemos encontrado ningún árbol maderable.
Mejor regresemos, estamos perdiendo el tiempo que solo existe en tu imaginación don Elico.
Escúchame Shanti, estas bien que estés cansado, pero por ese motivo no vamos a regresar o insinúas de qe estoy loco.
Mira don Elico. Mira lo que tú no quieres ver. En toda la selva ya no hay árboles maderables que valgan la pena.
Los otros madereros como tú han barrido y saqueado la Amazonía como esas gallinas hambrientas del vecino que entran a nuestra huerta y no dejan nada, ni siquiera un árbol de palo de balsa. Tienes razón Shanti, pero yo te he contratado para que vengas a trabajar y no a renegar, vamos a seguir hasta el final y punto.
De aquí nadie va a regresar mientras no encontremos esos árboles de caoba que contemplé en mi visión de ayahuasca.
Don Elico, Don Elico, grita Pedro, retornando a toda prisa.
¿Qué sucede Pedro Pipico? ¿Has encontrado algo?
Sí, don Eliseo, al final de esta loma están los árboles que buscamos . ¿Árboles? ¿ Has visto bien Pedro Pipico? le preguntó don Eliseo.
Entonces no debemos perder más tiempo y vamos a ver de una vez esos árboles – ordena Eliseo rebosante de felicidad.
Mira don Eliseo –indica Pedro Pipico deteniéndose al final de la trocha. Ahí están los árboles Don Eliseo, deslumbrado con la boca abierta, observando los tres imponentes árboles que están en su delante.
Que maravilla, son árboles de caoba, muchachos y abrazando a sus peones comienza a saltar gritando de alegría. Voy a volver a ser millonario, jajaja.
Un momento don Eliseo – dice Shanti, dejando de saltar. ¿Ud. nomás va a ser millonario?  ¿Y nosotros qué?  Vamos a seguir fregados como siempre. No se preocupen muchachos, yo soy buena gente, abrazándoles.
Cuando exporte esta madera a las funerarias  de Inglaterra, que pagarán una fortuna por cada ataúd hecho de caoba, yo les voy a dar un plus por su trabajo.
Espero que no se olvide don Elico y no nos explote como lo han hecho los demás madereros que han saqueado y depredado la selva – dijo Shanti.
Yo siempre he pagado a mi gente y mucho mejor ahora que me van a pagar un millón de dólares por cada uno de estos árboles que la gente piensa que se han extinguido.
Mañana mismo cortaremos a éstos árboles. Don Elico, si estos árboles valen una fortuna, porque no nos dedicamos a juntar sus semillas para reforestar toda la selva. Ahí si, todos vamos a ser millonarios de verdad- dijo Shanti Tuanama.
No Shanti, no puedes hacer eso porque te vas a morir sin ver y gozar el dinero que puedes ganar.
Pero, vamos a matar a la “gallina de los huevos  de oro”, dijo don Elico.
Escúchame bien Shanti, el único que decide que hacer aquí soy yo y nadie más ¿Está claro?
Así que vamos a traer las cosas del bote para instalar nuestro campamento al pie de estos árboles , antes de que anochezca y emprender la marcha del retorno.
De pronto un gemido lastimero como el triste canto  del ayaymama, surge del corazón de los tres árboles de caoba.
Hermanos ¿Por qué están llorando? Pregunta sorprendido Hani que llega al refugio de árboles de caoba jugando con una pequeña culebra mantona.
Van a matar a nuestros árboles – responden en coro los chullachaquis que salen temerosos y con los ojos llorosos de las aletas de los arboles.
¿ Quién va a matar a nuestros árboles? dice Hani.
El maderero – dicen los chullachaquis .
Otra vez el maderero.
Sí, afirman los chullachaquis poniéndose a llorar.
Hermanos dejen de llorar – pide Hani, parándose delante de sus asustados hermanos chullachaquis. Tenemos que luchar para evitar que e maderero mate nuestros únicos árboles.
Yo no quiero luchar, no quiero luchar dice Shoto, temblando de miedo.
El maderero tiene armas y nos va a matar, hermanos, sino luchamos vamos a desaparecer cuando el maderero derribe nuestros únicos árboles, advierte Hani.
Hani tiene razón – interviene Paro – Cuando maten a esos árboles que son nuestra casa, también nosotros vamos a morir, porque ya no hay más árboles maderables en toda la selva donde podamos vivir.
¿ Te das cuenta Shoto , tienes que ayudarnos a luchar para evitar que el maderero siga destruyendo nuestra casa.
Unidos vamos a ser más fuertes y lograremos defender nuestra casa, die Hani.
Está bien, lucharé juntos a Uds. – dice Shoto.
Todos sus hermanos chullachaquis aplauden su decisión, le felicitan, abrazan y tocando un pequeño tambor danzan el ritual de la vida alrededor de los imponentes árboles.
Mientras que don Eliseo, sonríe feliz al ver llegar a Pedro Pipico cargando la motosierra y el galón de combustible.
Bueno muchachos ya estamos acá, dice con satisfacción y ordena con voz suave: Shanti, prepara un poco de shibé para aplacar nuestra hambre y tú Pedro Pipico tiende mi cama templando el mosquitero en medio de mis árboles.
Los dos operarios van a buscar las cosas para hacer lo que tienen que hacer.
De pronto Shanti se tropieza con algo, cae al suelo, se levanta y al ver con lo que ha tropezado es una tortuga y lo atrapa.
Y corre hacia don Elico diciendo encontré un  motelo.
¿Qué hago con este motelo, Don Elico?
Mátalo de una vez, quiero comer casco asado de motelo, después de cuarenta años, dice tocando su barriga.
Al ver la distracción de los madereros, Hani el más aguerrido de los chullachaquis, va hacia la tortuga, la levanta y la rescata de una muerte segura.
Los chullachaquis Shoto, Bari, Paro y Oshe, aplauden en silencio la temeraria acción de su valeroso hermano.
¿ Qué estás buscando Shanti? Pregunta Eliseo Valdez al verle buscar  cerca de sus piernas y botas de cuero.
Al motelo, don Elico, no le encuentro por ningún lugar. Creo ha corrido.
¿Qué? ¿ Dónde le has dejado pedazo de tontonazo? Pregunta sorprendido el maderero.
Eres un inútil Shanti, un inútil , torpe, inservible – dice enfurecido Eliseo ¿Cómo diablos se te va a escapar un motelo. Es el colmo.
Olvídate del motelo y prepara un shibé de una vez, pedazo de inútil.
Hey tú, Pedro Pipico, apúrate en alistar mi cama que ya quiero descansar.
Después de merendar, don Elico dice mañana a primera hora vamos a cortar estos árboles, luego vamos a retornar a la ciudad para venir a llevar las trozas con los helicópteros del ejército que contrataré. Es la única forma de sacar estos árboles de este lugar del demonio.
Y ordenó que Shanti y Pedro Pipico hagan guardia esa noche.
Los dos peones escopeta en mano, cabecean al vacío cerca a a fogata que está ardiendo.
Los chullachaquis Hani, Shoto, Paro, Bari y Oshe salen de su trinchera, apagan la fogata deshaciendo y regando los tizones, luego caminando de puntillas lanzan una lluvia de pepas de aguaje a Pedro Pipico que se despierta sobresaltado, arma en ristre y alumbrando con su linterna todo al alrededor y no ve nada.
Le enfoca a Shanti que duerme profundamente, se acerca y le da un golpe en la espalda.
¿Qué? Que tienes Pedro.
¿Por qué me golpeas?
No me gustan tus bromas tontas.
¿Qué bromas? Si yo no hice nada.
No te hagas el zonzo , indica enojado Pedro Pipico. Apagaste la fogata y me lanzaste un montón de pepas de aguaje.
¿Aguajes? Donde voy a encontrar aguaje, pregunta Shanti con tono pensativo.
Pedro retorna a su lugar de guardianía y se vuelve a la normalidad.
Cuando nuevamente los dos comienzan a dormir cabeceando al vacío.
Los guardianes del bosque se asoman y vuelven a atacar, esta vez con mas semillas que caen sobre la cabeza y la espalda de Pedro Pipico, que se despierta enojado y sin decir ni una palabra, arremete contra su compañero, propinándole patadas y puñetes.
Carajo – exclama Eliseo Valdez saliendo de su mosquitero y alumbrándolos con su potente linterna –les dijo – Yo les pago para que trabajen, no para pelear.
Shanti y Pedro se tranquilizan ocupando cada uno su puesto de vigilancia y se quedan profundamente dormidos sosteniendo sus escopetas con ambas manos, lo que aprovechan Hani y sus cuatro hermanos para quitarles sus armas y dejarles en su lugar un pedazo de palo redondo de capirona.
Luego de esconder las armas, vuelven a atacar con la finalidad de espantar a los madereros de su territorio, se transforman en una luz con energía volátil que da vueltas alrededor de los chullachaquis produciendo sonidos extraños fantasmagóricos, terroríficos que despiertan a los dos peones, que empiezan a retroceder con las piernas temblorosas hasta chocar espalda con espalda en medio de un desgarrador grito de espanto.
Pe..Pe…Pedro ¿Eres tú?
Sí…Sí…Soy yo.
¿Estás viendo y escuchando lo mismo que yo?
Sí y ahí viene hacia nosotros,exclama Pedro al ver un bulto blanco que camina en forma zigzagueante en la oscuridad.
Hay que despertar a don Elico para largarnos de este lugar embrujado.
-Pedrooooooo, Shantiiiiiiii.
El fantasma sabe nuestros nombres – afirma Shanti escondiéndose detrás de Pedro que tiembla de espanto.
El fantasma se tropieza, cae de bruces delante de los hombres que están a punto de correr o desmayarse de miedo.
Los chullachaquis se detienen formando un círculo en torno a los madereros que no les pueden ver. Se callan.
Pedazos de inútiles, quién diablos ha derribado mi mosquitero grita don Eliseo Valdez, quitándose el telar que le cubre todo el cuerpo.
Pero sí es don Elico – exclama con alivio Shanti.
 ¿ Y quién creías que era? Pregunta don Elico.
Hemos visto un fantasma igualito que Ud. don Elico – comenta Pedro Pipico.
¿Igual que yo?
Sí, don Elico – dice Shanti, así como Ud. cuando estaba tapado con el mosquitero.
Lo que pasa es que son un par de miedosos y cobardes.
Los fantasmas no existen, solo existen en la mente de gente ignorante y brutos como Uds.
Este lugar tiene su madre – don Elico, debemos regresar a la ciudad antes de que nos pase algo malo – advierte Shanti, sintiendo la presencia de seres extraños a su alrededor.
Yo no me voy a ir de este lugar sin llevar mis tres árboles de caoba que con tanto esfuerzo le he buscado desde hace mucho tiempo y nadie, ningún fantasma o madre del bosque me lo va a impedir.
Hani y sus hermanos al ver que es un hueso duro de roer, forman en el acto un tremendo remolino que arrastra a su paso incontables hojas de ishanga colorada, cientos de ramas de huingo y miles de hormigas pucacuros que caen sobe el cuerpo del maderero que se defiende de sus invisibles atacantes.
Shanti, Pedro, ayúdenme por favor, implora sintiendo el apabullante castigo de la naturaleza.
Los dosm peones ingresan al remolino para impedir que su patrón pierda el alma, según la creencia de sus ancestros.
Pero el muruhuayra que tiene fuerza de los chullachaquis y demás espíritus del bosque, gira con más intensidad tratando de levantar hacia las nubes a los tres depredadores y expulsarlos de su territorio.
-Imbéciles, cobardes, porque no dan la cara si son valientes, reta el Rey de la madera, lanzándose al suelo para evitar ser arrastrado como las hojas que se pierden entre las nubes.
Pedro y Shanti hacen lo mismo.
La selva es hija de la tierra y madre de todos nosotros – surge una espectacular voz del remolino que se aquieta lentamente y se transforma en Hani, Shoto, Paro, Pari  y Oshe ante los desorbitados ojos de los intrusos que no dejaban de rascarse el cuerpo.
El daño que Uds. hacen al cortar los árboles, al matar a los animales, al contaminar el suelo, el aire, los ríso y los lagos no solo nos afecta a nosotros, también a a Uds. que son hijos de la tierra.
Por favor no destruyan a estos tres únicos árboles que todavía nos quedan para salvar a la hija de la tierra que es madre de todos.
Ja,ja,ja,ja – ríe a carcajadas el maderero que se levanta seguido de sus dos leales peones y mirándoles en los ojos – vocifera – Chullachaquis tontos . ¿ A mí,  al rey de la madera me van a ordenar que no corte estos tres árboles de caoba con el cuentito de que estoy destruyendo la vida en el planeta?.
Ja,ja,ja,ja chullachaquis, shapshicos, enanos del bosque, a mí con esos truquitos de aprendiz de magos no me van a impedir que corte y lleve mis árboles.
Ya he matado muchos indígenas no contactados que no me dejan trabajar y generar riqueza en otros lugares de la selva.
Así que por favor desaparezcan de mi vista antes de que les mate a Uds. también.
Shoto quiere comer, Hani hace un gesto que no debe preocuparse y forman una incólume barrera delante del maderero.
Les advertí, demonios del bosque, les advertí, ahora van a ver quién soy. Muchachos levanten sus armas y disparen, ordena Eliseo Valdez sin ningún remordimiento.
¿Qué pasa? ¿Por qué no disparan pedazos de torpes? Mátenlos de una vez.
Don Elico, nuestras escopetas se han convertido en palo – exclaman a una sola voz los peones asustados.
Malditos demonios, de mí no se van a burlar – dice don Elico, dando vueltas como una animal acorralado en medio de un laberinto de voces que reproducen los chullachaquis, tomando la apariencia de otorongos, huanganas, sajinos, nutrias, paujiles y cotomonos, tratando de ablandar el corazón del maderero.
La motosierra, Pedro – pásame la motosierra- grita con un extraño brillo en sus ojos rojos desorbitados.
Los chullachaquis al ver que era imposible cambiar la actitud del ambicioso maderero, decidieron entonar la melodía del viento tocando sus pequeños tambores mágicos para que los tres árboles de caoba se multipliquen ante los alucinados ojos del extractor.
Pedro y Shanti no pudieron hacer nada para sacar a don Eliseo de ese bosque de ensueño, a pesar de todos los intentos, dejando a don Eliseo perdido para siempre en ese bosque maldito de los chullachaquis.

Carlos Velásquez Sánchez





viernes, 2 de febrero de 2018

CUANDO JESUS ERA PERSEGUIDO

En aquel tiempo, cuando Jesús era perseguido, él se transformaba en diferentes formas y edades.
Cuentan que una vez Jesús estaba siendo perseguido y llegó a un lugar donde estaba un señor sembrando trigo. Jesús le dijo:
— ¿Qué siembra señor?
— Estoy sembrando mi triguito —, contestó. Jesús dijo:
—Cosecharás muy bien tu triguito. Si alguien viniera preguntando por mí, dile que pasé cuando estabas sembrando.
Al día siguiente pasaron por allí los judíos y preguntaron por Jesús.
— Sí pasó por aquí, cuando estaba sembrando mi trigo— dijo el campesino.
Al ver que el trigo ya estaba para cosecha, creyeron que Jesús les llevaba harta ventaja. Apresuraron el paso.
Después, Jesús pasó por un señor que era de mala fe y lo encontró sembrando papas y le dijo:
—¿Qué siembras? -, y él le respondió:
—Estoy sembrando piedras; ¿para qué me preguntas?
Jesús le dijo:
—Cuando vengan preguntando por mí, les dirás que pasé cuando estabas sembrando piedras.
Al siguiente día pasaron los judíos; le preguntaron y él contestó:
—Pasó ese viejo maldiciao cuando estaba sembrando papas. Pero la chacra estaba convertida en piedras.

Carlos Velásquez Sánchez

LA MUJER EN LA CARRETERA

Contado por Raul Ayay.
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Un vez estando Chota, me hice tarde y ya no había combis para regresar a Cajamarca. Ya estaba por quedarme allá esa noche y coger al día siguiente el primer carro de regreso. Fui a cenar, mi mala suerte seguía: no había mesas libres. —Siéntense aquí, joven— me dijo un señor muy amable—, si gusta compartimos la mesa.
Gustoso y agradecido acepté compartir la mesa. Entre muchas otras cosas, me contó que había ido a dejar una carguita en su camión pero que ya cenaba y se regresaba a Cajamarca y que si le invitaba una gaseosita me daba una jalaba. No solo le invité la gaseosa sino que también le invité la cena. Don Jorge Irigoín era una gran persona.
Te cuento lo que me paso una vez cuando por este trayecto– me dijo en el camión, mientras me pasaba la coca y el anisado.
“Cuando salía de Bambamarca, ya muy de noche y bajo una interminable lluvia, pude avistar a una mujer en el camino; ella iba caminando muy lentamente en la carretera, debiste verla con aquel vestido blanco totalmente empapado. Frene suavemente pues también iba despacio por el mal estado de la carretera.
Le hice una señal para que suba al camión y así pudiera protegerse de la lluvia, ella asintió y se sentó en el mismo lugar en donde estas tú. Era una mujer muy joven y bella, al verla en esas condiciones le ofrecí mi casaca para que pudiera abrigarse, me agradeció y en su rostro vi dibujada una sonrisa tierna.
Cuando ya estábamos por llegar a Cajamarca, ella me pidió bajarse del camión; pues tenía familia allí. Como aun llovía y era apenas las dos de la madrugada, le dije que se quede con mi casaca, que en otro momento iría por ella. Solo le pedí la dirección de su casa.
Pasó una semana y fui a buscarla hasta su casa. Grande fue mi sorpresa cuando salió su madre y me dijo que Virginia —así me dijo que se llamaba—, había muerto hace años atrás. Precisamente en un accidente de carreteras, el bus en el que venía se volteó justo en el lugar donde la recogí.
Yo no le creí a la señora y pensé que se querían quedar con mi casaca. Para confirmar los hechos, su madre me llevo hasta el cementerio y allí pude corroborar que en verdad la joven y bella Virginia estaba muerta. La fotografía en el nicho era la misma chica que vi hacia como una semana. Pero lo que más me sorprendió, fue ver mi casaca a un costado, junto al nicho de la joven. Su madre no tenía explicación alguna por lo sucedido, solo me dijo que era la cuarta vez que pasaba eso; habían preguntado por su hija que había subido al camión en la carretera de Bambamarca.”
Aunque algo asustado, ese fue el mejor viaje nocturno que tuve. Hoy, cada vez que voy al cementerio a ver a mi viejito, busco el nombre de Virginia Burga, o una casaca sobre alguna tumba.


Carlos Velásquez Sánchez