viernes, 2 de febrero de 2018

LA MUJER EN LA CARRETERA

Contado por Raul Ayay.
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Un vez estando Chota, me hice tarde y ya no había combis para regresar a Cajamarca. Ya estaba por quedarme allá esa noche y coger al día siguiente el primer carro de regreso. Fui a cenar, mi mala suerte seguía: no había mesas libres. —Siéntense aquí, joven— me dijo un señor muy amable—, si gusta compartimos la mesa.
Gustoso y agradecido acepté compartir la mesa. Entre muchas otras cosas, me contó que había ido a dejar una carguita en su camión pero que ya cenaba y se regresaba a Cajamarca y que si le invitaba una gaseosita me daba una jalaba. No solo le invité la gaseosa sino que también le invité la cena. Don Jorge Irigoín era una gran persona.
Te cuento lo que me paso una vez cuando por este trayecto– me dijo en el camión, mientras me pasaba la coca y el anisado.
“Cuando salía de Bambamarca, ya muy de noche y bajo una interminable lluvia, pude avistar a una mujer en el camino; ella iba caminando muy lentamente en la carretera, debiste verla con aquel vestido blanco totalmente empapado. Frene suavemente pues también iba despacio por el mal estado de la carretera.
Le hice una señal para que suba al camión y así pudiera protegerse de la lluvia, ella asintió y se sentó en el mismo lugar en donde estas tú. Era una mujer muy joven y bella, al verla en esas condiciones le ofrecí mi casaca para que pudiera abrigarse, me agradeció y en su rostro vi dibujada una sonrisa tierna.
Cuando ya estábamos por llegar a Cajamarca, ella me pidió bajarse del camión; pues tenía familia allí. Como aun llovía y era apenas las dos de la madrugada, le dije que se quede con mi casaca, que en otro momento iría por ella. Solo le pedí la dirección de su casa.
Pasó una semana y fui a buscarla hasta su casa. Grande fue mi sorpresa cuando salió su madre y me dijo que Virginia —así me dijo que se llamaba—, había muerto hace años atrás. Precisamente en un accidente de carreteras, el bus en el que venía se volteó justo en el lugar donde la recogí.
Yo no le creí a la señora y pensé que se querían quedar con mi casaca. Para confirmar los hechos, su madre me llevo hasta el cementerio y allí pude corroborar que en verdad la joven y bella Virginia estaba muerta. La fotografía en el nicho era la misma chica que vi hacia como una semana. Pero lo que más me sorprendió, fue ver mi casaca a un costado, junto al nicho de la joven. Su madre no tenía explicación alguna por lo sucedido, solo me dijo que era la cuarta vez que pasaba eso; habían preguntado por su hija que había subido al camión en la carretera de Bambamarca.”
Aunque algo asustado, ese fue el mejor viaje nocturno que tuve. Hoy, cada vez que voy al cementerio a ver a mi viejito, busco el nombre de Virginia Burga, o una casaca sobre alguna tumba.


Carlos Velásquez Sánchez

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