jueves, 25 de enero de 2018

LA TIERRA DE LOS DEMONIOS


                   ( Juan Rodríguez Pérez )
Llegué a la zona de Nuevo Paraíso juntamente con mi esposa y mis dos hijos, atraído más por las riquezas de estas tierras ya que se puede cultivar y cazar de todo en cualquier época del año.
Mi compadre Elisbán me había advertido que esta tierra no era buena para cazadores como yo , porque los animales se van internando más y más y se necesita mucho olfato para encontrarles.
Cuando estuve instalado en mi nuevo hogar, agarré mi escopeta y salí hacia el monte, advirtiendo a mi esposa que no se preocupara sino regreso pronto.
El primer día buscaba huellas junto a la quebrada cerca de los troncos de shapaja, troncos ahuecados y en cuanto lugar que podría frecuentar algún venado, un sajino, una carachupa o una manada de huanganas.
Pero, nada…
Al día siguiente me encontraba muy lejos de mi casa, la tarde se iba lentamente para dar paso a la noche que anunciaba lluvia.
Rodeado de arbusto y de ramas que me rozaban el rostro me acomodé en un lecho de hojas secas antes de que oscurezca.
Al poco rato empezó la lluvia con truenos y relámpagos y es ahí donde veo a un venado tímidamente guarecido bajo un tronco de shapaja.
Así que alisté mi escopeta y apunté. Como el animal no me había descubierto, pensé que debía esperar el siguiente relámpago para afinar la puntería y hacer fuego. Así lo hice.
Enfoqué mi linterna y ví al venado caído, así que me alisté para correr hacia él con el machete en la mano, despellejarlo y cortarlo en trozos para facilitar mi carga.
Enfoqué nuevamente mi linterna para ubicar al venado cuando de pronto veo que el venado estaba parado, pero sin cabeza, tenía levantada una de sus patas y movía su cuerpo como buscando su cabeza.
Me estremecí y recordé a  mi compadre Elisbán, hice un pequeño movimiento sin soltar la linterna y el animal corrió hacia el bosque.
No podía creerlo¿ Como podía un anima correr sin su cabeza?.
De regreso a casa, no le dije nada a mi esposa, por temor a que me impidiera salir de caza.
Así que al tercer día , venciendo mis temores, salí nuevamente hacia la montaña, dispuesto a enfrentarme a los acontecimientos que pudiera presentarse.
Estaba seguro que todo había sido una alucinación, debido a los efectos de los relámpagos, la lluvia y la selva en sí que guarda muchos misterios.
Llegué al lugar donde se dio este acontecimiento la última noche, me invadió un estremecimiento como avisándome de que algo malo me iba a suceder.
Entonces tuve la certeza de que había invadido un territorio prohibido y mi compadre de alguna manera trató de advertirme pero nunca llegué a tomarlo enserio.
Lo que tenía al frente era el mismo venado que le había disparado, pero la sorpresa era la pequeña cabeza que le nacía del cuello.
Me quedé perplejo, sin ánimo de levantar la escopeta y dispararle, ví que se esforzaba por alcanzar algunas hojas con su diminuta cabeza.
Empecé a correr buscando llegar a mi casa lo más rápido posible porque si  no me volvía loco.
Pero también consideré que de repente estaba invadiendo terrenos que no estaban permitidos a seres como nosotros que no respetamos a las plantas ni a los animales, en otras palabras creo que estaba invadiendo el terreno de los demonios de la selva.
No sé cuánto tiempo estaría corriendo por la selva, creo que lo único que hacía era dar vueltas y más vueltas.
De tanto correr,  me tendí al pié de un árbol y me quedé dormido, despertándome como a las 5 de la mañana del día siguiente.
Levanté la vista y no vi indicios de lluvia, agarré la escopeta por si algún animal feroz rondaba por los alrededores pero nada.
Me levanté, avancé unos pasos, llegué a un sitio despejado y vi a un otorongo que devoraba al venado que tenía una “ashí cabecita”.
Empecé a temblar, hice ruido y el otorongo se abalanzó contra mí, agarré la escopeta, hice fuego haciendo impacto en la cabeza del animal, saliendo disparado como si hubiese un machetazo.
Vi al otorongo dar brincos mientras abría la boca en su cabeza desprendida en un intento de rugir.
Empecé a correr con mi machete para abrirme paso en la maleza y escapar de esta tierra.
Pero lo que sucedió después sobrepasó el límite y que me ha hecho dudar si no estaría soñando o de repente me estoy volviendo loco.
Vi al otorongo levantarse y a tientas buscaba su cabeza, tratando de colocarla en su lugar, sin conseguirlo.
En sus garras llevaba su cabeza con los ojos bien abiertos para perseguirme  dando grandes saltos.
Arrojé la escopeta, comencé a correr, no tenía tiempo para razonar hasta que llegué al río donde tenía una canoa.
¿Se imaginan Uds. mi desesperación en plena selva?  He dudado entre contarle a mi mujer o guardarme el secreto.
En mí ha quedado la imagen del venado y el otorongo corriendo sin cabeza en plena selva, persiguiéndome.
¿Habré estado realmente en un lugar prohibido? Bah, ya no vale la pena seguir torturándome con suposiciones.
Yo creo estuve cerca de los territorios de los demonios y todo lo que hicieron fue asustarme para dejar el lugar despejado de curiosos y mi compadre Elisbán me lo había advertido.
No les vaya a pasar lo que le sucedió a Isidro Lupuna quién amaneció colgado de los huevos en lo alto de un tronco de capirona.
Luego se fue a descansar tomando su vaso de aguardiente, mientras en el bosque se escuchaba  el chillido de los grillos y el croar de los sapos.

Carlos Velásquez Sánchez


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