viernes, 10 de mayo de 2019

LA SOMBRA DE LUNA LLENA



(NELSON IRIGOIN GALVEZ)
De loco me tratan todos, dicen que por pura lástima me enviaron  al manicomio en vez de la cárcel, pero yo sé lo que vi, estoy totalmente convencido que fue real… ese par de ojos brillantes de un fantasma aún me persiguen en sueños.
Todo empezó una noche de luna llena, yo dormía en la terraza de mi choza. Allá en mi chacra, cuando escuché algo en las ramas de un pandisho que sirve de gallinero por las noches.
Alarmado, saqué la escopeta y me puse al cuello la talega con balas y sigiloso me arrastré por el emponado hasta la esquina del techo y se podía ver con total claridad hasta más allá del maizal y la purma.
Fijé mi mirada en el follaje del árbol donde escuché el griterío de las gallinas.
De pronto: Al dián. Qué es eso. No pude contener mi asombro cuando vi que un bulto negro se descolgaba de las ramas y corría a toda velocidad por el patio.
Cuando hice el primer disparo, ya había desaparecido.
Dije: Segurito es un intuto hambriento. Bajé del terrado sin soltar mi arma y fui a ver el daño. Alawa mis gallinas, varias estaban tiradas en el piso muertas.
Extrañado observé que nada de daño tenían, ni desplumadas, ni con rasguños.
Es así, la piel posheca ídem granjina en el cuello dos puntos rojos, ashishitos que parecían heridas de colmillos.
Recién me asusté, no existe animal que pueda hacer esto, ni siquiera el oscuro piri, chupasangre nocturno y preocupado volvía a la cama.
Me levanté justo amaneciendo. Hice fuego en la tushpa con leña de capirona y dejé cocinando una olla de inguiri.
Fui al pastizal donde criaba mis únicos cuatro novillos.
La desgracia no había acabado para mí, encontré muerto a uno, igual que las gallinas, no tenían heridas abiertas, ni moretones, solo dos pequeños orificios en el cuello.
Como buen montaraz sabía que este ser dañino tenía que volver.
Esta vez iba a estar preparado y cobraría mi venganza..
Armé mi chapana en la misma terraza de mi choza , por las noches traía las reses al patio, cerca del gallinero y yo acostado, vigilaba inmóvil con la escopeta cargada.
Nadie apareció, después de dos semanas me di por  vencido.
Justo en la siguiente luna llena, otra vez me sorprendió, mis novillos seguían durmiendo en el patio.
 Un mugido me despertó, brinqué de mi cama y corrí a la esquina del terrado con el arma, no tuve tiempo para apuntar bien y disparé a quemarropa, esta vez salió huyendo el bulto negro y se perdió por el maizal.
Corrí a ver el daño y quedé sorprendido, tan solo uno estaba de pie, las otras dos yacían tirados en el piso sin vida.
Además de los pequeños orificios en el cuello, tenía el cráneo abierto. Ese bendito animal había chupado toda la sangre y los sesos de mis terneros.
Estaba dispuesto a cazarlo. Alumbrado solamente por la luna, seguí su rastro hasta la montaña, ahí se perdía. Volví con rabia e impotencia, no podía hacer nada al respecto, otra vez tuve que ahumar la carne para no echarle a perder.
Analizando, noté que el animal solo salía en luna llena y me preparé para la siguiente vez.
Cuando llegó el día señalado, tenía afilados varios machetes, algunos tramperos hechizos instalados en lugares estratégicos, la escopeta y muchas balas.
Puse de carnada a mi único ternero en esa fría noche fumando mi papacho y tomando copitas de ventisho.
A la medianoche me vino un sueño, que ya comenzaba  a cabecear, sentí un soplido caliente detrás de mí cuello,  giré la cabeza y ví brillar dos ojos amarillentos a menos de un metro de mí.
Quise gritar y correr, pero nada, no podía, estaba hipnotizado, mi adormecido cuerpo no obedecía.
Esos ojos brillantes se acercaban más y más hacia mí  y a la luz de la luna pude ver sus enormes colmillos y una lengua felina.
Mi cuerpo se dormía, hice un último esfuerzo y apreté a duras penas el gatillo de mi arma.
Salió el disparo y la gran bestia negra retrocedió, pero no huyó, se abalanzo sobre mí.
Con  una gran destreza me quité a un lado, tomé un machete mientras la fiera intentaba atraparme con sus garras, son perder tiempo logré darle un tajo por entre las patas.
Lancé al patio la escopeta y el machete, brinqué atrás, sin miedo.
No me hice daño volví a tomar las armas y esperé como todo valiente cazador y selvático dispuesto a luchar hasta el final. Solo uno debía salir vivo.
No apareció por ningún lado y me puse en el centro del patio, apuntando con el arma en distintas direcciones.
De pronto cruzó a toda velocidad delante de mí…solo quería asustarme, como si razonara, pasaba cerca de los tramperos sin activarlos.
Por fin la fiera se detuvo, entró al patio lo vi entonces… era un enorme felino totalmente negro, solo sus colmillos blanqueaban y sus ojos amarillentos como el mismo sol me miraban fijamente acercándose cada vez más.
¡Yanapuma! ¡ Yanapuma! , grité aterrado al reconocerle.
Ahora más cerca , abría las mandíbulas mostrando sus grandes colmillos ya manchados con sangre, seguramente de un ternero.
Creí que era imposible vencerlo, recordé cuando mi abuelo me contó sobre él.
Este ser maligno es un hombre malvado transformado en fiera, se alimentaba d solo de sangre y cerebros y seguramente quería comerme.
Hoy, no me comerás hijo del supay, volvía a gritarle para darme valor, pero mi voz salió quebrada y tartamudeante.
Cerré los ojos y apreté el gatillo, mientras veía que la fiera se abalanzaba sobre mí.
El yanapuma es un brujo, ya que el arma no disparó y un fuerte moquetazo me tumbó al suelo, mi cabeza chocó contra la dura tierra, se abrió una herida y comencé a sangrar.
Brillaron aún más sus ojos y se abalanzó a m i cuerpo moribundo, sentí su áspera lengua sobre mí, estaba bebiendo mi sangre.
Intenté levantarme sin lograrlo, me debilitaba rápidamente y de pronto palpé con mis manos un frío metal, deslicé mi mano y me di cuenta que era el machete.
No dudé en utilizarlo, tomé un gran impulso y le clavé en la panza a la bestia.
Levantó sus patas delanteras y dio un gran rugido que parecía quejido, no perdí tiempo, le clavé otro y otro más.
Cayó de espalda, volteó enloquecido y furioso se abalanzó contra mí, yo estaba en pie, solo que a la derecha y éste cayó en el vacío y aproveché  para hacer una carnicería en su espalda, como un loco demente continuando masacrando el lomo del yanapuma con mi afilado machete.
Empezó a sangrar verde al principio, luego rojo. Yo gritaba sin sentido mientras mi rostro se inundaba con la sangre del yanapuma.
Al fin me detuve, volví mis ojos al felino, su negro cuerpo estaba inmóvil en un charco de sangre.
Me arrastré hasta la choza, arranqué un manojo de llantén para lavar mis heridas, luego le eché resina de sangre de grado y me vendé con cuidado.
Cuando desperté al amanecer, tenía adolorido el cuerpo, ayudado por un bastón fui hasta el patio para ver mi hazaña.
Grande fue mi sorpresa cuando encontré, en vez de la enorme fiera a un hombre desnudo, de rostro pálido y canoso, tenía el cuerpo repleto bañado de sangre.
¡Maldito yanapuma! , le grité,. Mientras recogía el machete ensangrentado.
Quedé un momento pensando lo que iba a hacer con el muerto, cuando de pronto escuché el alboroto de una multitud acercándose por el camino.
Con las pocas fuerzas que me quedaban corrí a su encuentro para advertirles de los tramperos que aún seguían instalados.
Se acercaron tomando precauciones, me miraron con recelo, mientras preguntaban sobre los disparos y gritos de la medianoche.
Narré lo sucedido con detalle, primero me escucharon, luego al ver el cuerpo ensangrentado del viejo, me prendieron sin piedad, ni siquiera les importó mis heridas, ataron mis manos y confiscaron mis armas.
Fue el yanapuma , les decía, pero estos incrédulos hombres, forasteros de tierras lejanas nada saben de esto y me llevaron para juzgarme.
Yo sé lo que he visto, esos ojos amarillentos clavados en la negra sombra, aún me persiguen y torturan cuando duermo.