miércoles, 12 de diciembre de 2018

LA CONQUISTA DE LOS INFIELES POR LOS FRANCISCANOS




                         (OLIVER TARAZONA VELA)
En el año 1676 los franciscanos crearon la Provincia de los 12 Apóstoles con la finalidad de conquistar las zonas de la selva del Huallaga Central de la Provincia de Cajamarquilla ó Pataz donde moraban las pacíficas tribus de los hibitos, cuyas viviendas estaban construidas a una altura de 1500 a 2000 m.s.n.m  en la Provincia de Mariscal Cáceres – Departamento de San Martín, cuya lucha y amestizamiento era continuo con las tribus de las montañas más bajas y que los llamaban los  infieles de las montañas, los cuales saqueaban y robaba a las mujeres de los hibitos en muchas  ocasiones destruyeron los pueblos de Condormarca y del Collay.
Ante tanto peligro, los misioneros empiezan a trazar planes diferentes de conquista, civilización y evangelización de los infieles y con el permiso de la Iglesia Cristiana.
Surgiendo la expedición,  al mando de Fray Francisco Gutiérrez con un intérprete nativo hibito bautizado en la Iglesia Católica con el nombre de Manolito.
Este intérprete era todo un personaje, conocido en el Sector de Alto Huallaga, debido a que su madre fue robada  por los infieles en el Sector de Collay y este personaje tenía un padre procedente de la tribu de los infieles (amazónico jíbaro y cunibo).
Su madre regresó al pueblo de Collay con Manolito, cuando éste tenía 12 años de edad.
Cuando colaboró en la expedición de los españoles, Manolito tenía 12 años. Esta expedición peligrosa se realizó con un grupo de personas nativas con el objetivo de colonizar, evangelizar y apaciguar la zona y Fray Francisco se había dirigido hacia allí para llevar el evangelio.
Durante la caminata de tres días abrían trochas por los caminos donde los infieles transitaban, los cuales Manolito conocía perfectamente.
Fray Francisco Gutiérrez y tres nativos más se detuvieron algunos segundos como clavados en el suelo húmedo y fangoso del interior de la selva, pero solo por segundos, porque inmediatamente el temor y la inquietud que los asaltó, despertó sus sentidos adormecidos por el hambre y el cansancio.
Ahora ya no eran hombres comunes y corrientes, ahora se portaban como felinos al acecho, el ruido percibido por Manolito había delatado a un grupo de nativos que debían encontrarse por los alrededores.
Y todos ellos sabían que se trataba de aquellos infieles criminales peligrosos que estaban buscando.
Había ido hasta allí para llevarles el Evangelio a aquel grupo que tenían fama de rebeldes y que no querían saber nada con los seres de otras culturas ni con sus demás paisanos.
Y la expedición tenía que seguir adelante y enfrentarse a ellos.
Al continuar el camino por 14 días descubrieron un gran sembrío de yucas y se detuvieron para escuchar algún ruido que delatara la presencia de los infieles.
Nada, solo una extraña quietud, divisaron tres chozas grandes, pero el silencio que reinaba en el lugar seguía siendo extraño.
Fray Francisco Gutiérrez, se  dirigió decididamente hacia el grupo de chozas y peligrosamente se asomó a una de ellas, un coro de gritos se alzó dentro de la choza y sus ocupantes huyeron hacia la espesura, eran ancianos, mujeres y niños.
Manolito les gritó que no tuvieran temor, que venían en son de paz, a enseñarles el Evangelio y el Padre Fray Francisco sacó de su mochila unos regalitos  que los asustados nativos recibieron y quedaron en absoluto silencio.
Y cuando les dijeron que estaban cansados y tenían hambre, una mujer se levantó y les alcanzó un recipiente con yucas, los nativos les dieron a entender que los varones habían salido de caza para la Gran Fiesta de la Luna Llena.
Al amanecer llegaron los varones trayendo abundante carne del monte y empezaron a gritar salvajemente al ver a los intrusos, parecía que de un momento  a otro les iban a atacar porque les empezaron a rodear como fieras que iban a saltar sobre ellos.
Manolito les habló sereno: Hemos venido en paz, queremos acompañarles en la Gran Fiesta de la Luna Llena y les traemos regalos.
Y empezaron a sacar espejitos, cintas de colores y cucharitas , y empezó a entregarles.
Los nativos cautelosos fueron recibiendo cada uno su regalo y dando gritos y saltos de júbilo, porque nunca había visto esa clase de regalos.
En la noche empezó la fiesta se levantó una inmensa hoguera en el centro de la aldea y empezaron a cocinar la carne de monte que debían ofrecer a la luna.
En su rito, los nativos daban vueltas en silencio alrededor del fuego, primero lo hacían los niños, mientras todos permanecían en silencio, luego las mujeres y finalmente los varones.
Empezaron a comer mirando siempre a la luna, le ofrecían el trozo que tenían en la mano y seguían comiendo.
La nocge llegó a su fin con una soberbia borrachera a base de masato y al mediodía los nativos iban despertando.
Durante la segunda noche, Fray Francisco Gutiérrez empezó a hablarles de un Dios más grande que la luna y el sol.
Les habló de la creación, de la entrada del pecado y de la salvación.
Permanecieron dos días entre ellos, al final de los cuales regresaron a Cajamarquilla dejando en medio de la selva, la semilla de la verdad que Dios, el tiempo y la labor posterior de los nativos se encargarían de hacerlo germinar.


sábado, 1 de diciembre de 2018

EL HIITIL


                  (Francisco Izquierdo Ríos)
Es un árbol no muy grande con hojas menudas, corteza casi roja cubierta de gránulos.
La “quemazón” que produce es debido a alguna sustancia caustica que contiene.
El enfermo padece fiebre alta una semana, lapso en el que tiene que curarse tomando baños en todas las mañanas de cocimiento de hojas de papaya, de zanahorias o de paico.
Para evitar todas esas molestias las gentes aconsejan que en el mismo  instante que el hitil quema a alguien éste debe hacer el simulacro de ahorcarse con una débil soga que colgará de la rama del mismo árbol, exclamando: Yo hítil… yo hítil y dando al árbol. En cambio su nombre e inmediatamente después de haberse trozado la soga, con el pedazo de ésta en el cuello debe correr y sin voltear el rostro atrás, regresar a su casa.
Dicen que en esa forma es anulado el poder mágico de aquel árbol de mal genio.
Cuento
Trabajen negros… Trabajen negros gritaba Antolín Picsha desde el camino y las avispas negras producían ante esas palabras mágicas un sordo rumor dentro de sus panales que colgaban de las ramas de árboles altos como blancas campanas.
Trabajen negros…trabajen negros y las avispas producían un sordo rumor como si en verdad se pusieran a trabajar, en ese momento Antolín Picsha iba esa mañana a cortar leña en la selva, cuando descubrió los panales de las avispas negras y se puso a gritar las palabras que hacían trabajar a aquellas: trabajen negras…trabajen negras.
Antolín Picsha estuvo largo rato entretenido en esa alegre travesura, después siguió su camino.
En uno de esos parajes entró a cortar leña  y después de haber juntado algunos palos secos, se internó más en el bosque que iba a cortar de una rama caída, cuando dio un salto y cuadrándose con el machete en alto, saludó:
Buenos días Señor Hitil-
¿Qué pasaba? ¿Estaba loco Antolín?
No, había descubierto entre los árboles al terrible hitil, el árbol que quema y antes de que le hiciera daño se apresuró a saludarlo con el debido respeto.
Pues, este árbol de la selva produce fuertes quemaduras en el cuerpo a la persona que no le saluda.
Por eso, Antolín Picsha, cuadrándose como un militar, le hizo presente sus respetos, ahora hasta podría tocarlo sin temor a ser quemado.
Luego con toda seriedad, para mayor seguridad le dijo: Tú, Antolín Picsha, yo hitil.
Es otro secreto, pues inmediatamente de saludar al hitil, hay que darle nuestro nombre, tomando uno en cambio el de él, así el árbol queda más contento.

viernes, 23 de noviembre de 2018

LA CUDA



Contado por Vicente Salazar Flores, Valle de Conday, Cutervo.

Era una noche de feria llena de música, fuegos de artificio y globos de papel que se elevaban en el cielo, durante las acostumbradas fiestas de la Virgen de la Asunción, en agosto. Los amigos más cercanos que tenía en aquel entonces andaban planeando sus acostumbradas travesuras mientras yo, por mi parte, contemplaba el trayecto de los luminosos globos de papel que cada vez parecían alejarse más y más del pueblo. A decir verdad, los encontraba muy atractivos y empezaban a convertirse, sin duda, en lo más bonito que había visto.
Era sabido que si uno perseguía los globos, con suerte podía encontrarlos solo un poco estropeados y así se podían volver a usar. Les propuse esta idea a dos de mis amigos y ellos aceptaron con gusto, de manera que así lo hicimos.
Recorrimos un gran tramo hasta perder de vista el pueblo. No negaré que sentíamos un miedo especial por hacer esta excursión de medianoche en el campo. Sin embargo la luna
en su plenitud ofrecía la suficiente visión para andar sin tropiezos.
Avanzamos por el monte en una extenuante caminata y de repente sentimos emoción al ver un globo descender muy cerca de donde nos encontrábamos. Era el más brillante de
todos. En ese momento el aire se volvió denso y pesado y sentí que el frío nos podía helar la piel. Pude también escuchar en el viento un canto tétrico “cuda cuda”, que por segundos se repetía hasta sentirse más cercana.
Ya a pocos pasos, el globo reposó en el suelo y pude considerarme afortunado, mas el débil manto comenzó a brillar con luz propia cuando pretendí tocarlo y el papel empezó a
elevarse del piso y a retorcerse de mil formas hasta tomar la apariencia de una mujer desnuda. Era muy alta, delgada hasta los huesos, de tez pálida y demacrada, con cabellos blancos y resplandecientes que danzaban enmarañados al viento y de ojos hondos como abismos. Era terriblemente horrenda. Su rasgo más asombroso era que poseía una larga pierna exactamente igual a la de un ave. De pronto, la sangre se me heló y tenía el cuerpo totalmente paralizado. Me percaté de
que mis amigos se habían desvanecido y me encontraba solo.
El huesudo ser avanzó flotando hacia mí, profiriendo los más incomprensibles y devastadores alaridos. En un instante sentí cómo me iba desvaneciendo hasta ya no recodar más de lo que pasó. Mis amigos me encontraron momentos después y me ayudaron a llegar a casa. El encantamiento duró varias semanas, en las que estuve al borde de la muerte, pero me hicieron una “limpia” con diferentes métodos, tales como el uso de alumbre, el cuy, el huevo, el ruido de un machete acompañado con conjuros desafiantes. Fue así como consiguieron salvarme.


jueves, 15 de noviembre de 2018

EL AYAYPUMA


Del libro "Cajamarca de ensueño", Pablo Enrique Sánchez Zevallos.
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Los campesinos de las zonas bajas del valle, especialmente de Otuzco, Miradores y las laderas de Cajamarca. cuentan que cuando andan en noches oscuras por los caminos desolados de estos lugares, son perseguidos por pequeños monstruos que siguen a las corrientes del viento y que si encuentran las puertas de las casas cerradas y no pueden entrar, se golpean contra éstas o sus muros, repitiendo varias veces un ruido de
‘‘ayay y pum", que era el fuerte golpe de una cabeza que chocaba contra los obstáculos que encontraba; de allí el nombre de “ayay y pum" de estas duras cabezas cubiertas de abundante cabellera, que afirman que son las desprendidas de malas mujeres que se han acostado a dormir sin tomar agua purificante, que mantenga fija la cabeza al resto del cuerpo.

Las historias cuentan que muchas veces estas cabezas, al chocar contra las personas solitarias a las que perseguían, se encarnaban en sus cuerpos y entonces tenían que alimentarlas, además de que producían graves males.

Don Manuel Tanta, campesino joven y robusto de la comarca, narra que una vez venía solo por el callejón de Miraflores y vio que una de estas cabezas se enredó en las zarzas del costado del camino, y al observar al pequeño monstruo vio que se trataba de una cabeza de mujer de larga cabellera. Él, luego de compadecerse de la cabeza por los gritos que emitía, quiso desenredarla y tan pronto ésta se vio libre, saltó de la zarza al hombro del caminante y no quería desprenderse a pesar de los esfuerzos que éste hacía para deshacerse de ella. Él sentía que una fuerza sobrecogedora lo iba inundando, que le impedía hasta gritar, y su suerte fue que en ese instante aparecieran otros caminantes y que la luz de la aurora inundara con sus tenues rayos el lugar, lo que obligó a la cabeza a desprenderse del hombro y desaparecer con fuerte ruido, dejando al joven con vida pero al borde del desmayo y echando espuma por la boca.

Luego narró lo sucedido a quienes lo auxiliaron, uno de ellos don Juan Tafur. persona de avanzada edad, quien aseveró que esto ocurría muchas veces en las noches oscuras de luna nueva y de pocas estrellas en el cielo, y que para evitar este maleficio siempre había que andar con un filudo machete para cortar el aire, y nunca tratar de desenredar a las cabezas del
ayaypuma. por más gritos de auxilio que pidan. Decía también que estas cabezas podían prenderse en los lomos de los mejores animales, los que terminaban enfermándose y muriendo, cuando no encontraban seres humanos en los cuales injertarse.

Recomendaba además que todas las personas, antes de dormir, debieran de tomar agua limpia de puquio bueno o agua hervida depositada en cantarito especial llamado “raliero". ya que. de lo contrario, podría ocurrir que algunas cabezas se desprendieran de los troncos.

También afirmaba que si estas ayaypumas llegaban a entrar a las casas, podían causar graves daños a quienes dormían, torciendo sus rostros o enfermándolos, o simplemente haciéndoles dormir tan fuerte que resultaban víctimas de robos y de saqueos de sus casas. Por esta razón las casas campesinas de la zona carecían de ventanas y, si las tenían, las cerraban fuertemente antes de dormir, para evitar el ingreso de estos malos espíritus.


viernes, 19 de octubre de 2018

L A L L O C L L A D A



   (Francisco Izquierdo Ríos)
Nunca lloclló el río como esa vez, algunos viejecitos cuando se referían a la tremenda llocllada del río que espantó a las gentes de la ciudad de Saposoa, hace 70 años más o menos.
¡Fue una llocllada terrible! Inesperada, puesto que en la ciudad no llovía por eso mismo, más misteriosa y que llenó de pánico a la gente.
No había llovido una gota en Saposoa, sin embargo en una de esas apacibles mañanas apareció el río Saposoa, crecido de banda a banda como decían los antiguos y con un rojo color de sangre.
Fenómeno misterioso al amanecer que asustó a los habitantes un inmenso ruido como de cataclismo que se producía en el río. Era la llocllada.
El río había inundado todas sus riberas, llegando hasta algunas casas de la población, el paisaje era desolador, platanales, algodonales, cañaverales estaban totalmente inundados.
El riachuelo Serrano que corre por en medio de la ciudad se encontraba también rebalsando de un modo asombroso y terrible, las túrbidas aguas del río Saposoa inundaban sus orillas y los niños no pudieron asistir a sus escuelas que funcionan en cada banda.
¿Cómo iban a pasar el Serrano rebalsado y cuyos dos puentes estaban inundados.
Un denso olor a barro flotaba en el ambiente, el río seguía creciendo y creciendo y por sus aguas pasaban grandes palizadas, animales ahogados, inmensos árboles arrancados de cuajo por la furia de las aguas, chozas de las chacras y troncos de plátanos.
En uno de esos momentos, dicen que pasó un animal raro, semiasfixiado por el barro de las aguas que nuca habían visto ni conocido las gentes y cuentan que  era algo así como un elefante, con una trompa larga y el cuerpo de color verdusco que bajaba moviendo la trompa de un lado para otro como no tratando de no tomar agua barrosa.
Un monstruo cuyo aspecto y presencia llenó de más pánico a la gente que asustada contemplaba la llocllada.
-Taita Diosito, la madre del río.
-La madre del río.
-De la cabecera del río viene exclamaban atemorizadas las gentes al ver pasar al extraño animal.
Entre esas palizadas, entre esas chozas bajaban también hombres y mujeres ahogados, niños y adultos que fueron sorprendidos en la noche, durmiendo en sus chacras ribereñas por la llocllada.
Ya después poco a poco se supo el número y los nombres de esas  víctimas inocentes.
Y cuanta gente tuvo que refugiarse en los bosques sufriendo hambre.
La llocllada, avalancha monstruosa que cubre y arrasa todo a su paso, que arrastra todo en su veloz carrera.
El hombre y el animal cuando no son cogidos de sopresa por su loco torbellino, huyen despavoridos ante su llegada que es anunciada por un ruido como de tempestad horrorosa.
El río seguía creciendo más y más, llenándose sobre todo de barro, hasta que llegó un momento en que parecía estar detenida. Que y no corría.
De los bosques ribereños de la ciudad, ante la formidable llocllada salieron espantados a la ciudad, aves, víboras, cuadrúpedos que al correr por las calles y huertas llenaban de más temor a los pobladores y gran confusión y pánico reinaba en la ciudad.
Las gentes, sobre todo los ancianos lloraban de miedo, creían que algún castigo sobrenatural se producía y que la llocllada del río Saposoa era el principio de él.
Todos los niños y adultos se arrodillaban en las calles.
¿ Y qué es lo que había sucedido en el río? Por su cabecera llovió torrencialmente y un inmenso cerro se deslizó en su lecho, siendo desmenuzado violentamente por sus furiosas aguas y las aguas del río tomó más el color encendido de sangre.
Y por mucho tiempo por el espacio de u mes, la ciudad se vio privada sobre todo de agua limpia, hubo escasez de víveres, pues cuando pasó la llocllada , todas las chacras habían sido arrasadas.
La ciudad quedó envuelta en una densa atmósfera de pestilencia debido a la descomposición de los peces muertos dentro del lodo, así como la de los cadáveres de otros animales y el hedor era insoportable por algún tiempo.
Luego muchas enfermedades asolaron la ciudad y decía también que después de las lloclladas, los bosques cercanos a ella se poblaron de boas, serpientes que antes no existía allí.
Una llocllada en la Amazonía, deja pues, tras de sí un paisaje desolador


VOCABULARIO QUECHUA


VOCABULARIO QUECHUA
Alalay, alalay: Manifiesta frío.
Alza: Comida para las gentes, en las fiestas separan o guardan para llevar a su casa. Sobra.
Armada: Acto de chacchar coca.
Ayañahui : Ojo de muerto.
Ayapullito: Créese que hay en la selva un pajarito fúnebre, de plumaje negro y cabeza pelada como calavera que canta como un pollito y anda con las almas en las noches.
Se le considera como anunciador seguro de muerte.
Barbacoa: Especie de andamio de las cocinas, construido de carrizo o de cañas bravas donde guardan sus utensilios.
Barbasco: Con su jugo se pesca en los ríos.
Cachaza: Densa espuma que se forma en la superficie del caldo de caña que se hierve en las pailas. Aguardiente.
Caimito: Árbol de la selva con frutos sabrosos y que tiene la forma de un seno de moza que recién entra a la adolescencia.
Chunlla: Silencio, callado.
Hítil: Pequeño árbol de la selva, de corteza roja y llena de granulaciones que tiene la propiedad de quemar la piel de la gente que pasa junto a él o lo toca.
Huahuasapa: Palo largo y delgado con tres fisgas de hierro en la punta que utilizan los pescadores en la selva para pocar a los peces.
Mingas: Personas que ayudan a trabajar de un modo gratuito pero con cargo de reciprocidad.
Pesado: Dícese de los lugares según la fantasía popular aparecen fantasmas.
Quillas: Haraganes, perezosos.
Afaninga: Culebra de gran tamaño.
Calero: Pequeño depósito donde  los masticadores de coca llevan la cal.
Catahua: Árbol gigante de la selva, de corteza blanca y resina venenosa.
Cuchis: Cerdos.
Huahua: Niño, criatura.
Huarapo: Bebida fermentada de caña.
Manan: No.
Manvalques: Inútiles.
Pucuna: Cerbatana.
Shihuin: Pájaro de color terroso que no tiene nido.
Tapia: Mal agüero.
Tisha tisha: Pelo en desorden.
Upa: Zonzo.
Viborero: Encantador de serpientes.
Virotes: Pequeños dardos.

Carlos Velásquez Sánchez




jueves, 11 de octubre de 2018

LA PESCA EN EL RÍO SAPOSOA









                           (Francisco Izquierdo Ríos)
Por aaiii, por aaiiiii
Se oyen unas voces y todos corren al sitio señalado en el río, los que están en tierra por la orilla con redes y machetes hombres y mujeres, mientras que los balseros se dirigieron por las aguas a todo remo.
Vocerío enorme, ha aparecido allí un gran zúngaro, el pez gigante de los ríos amazónicos que alocado por el barbasco ha mostrado su lomo a flor de agua y se ha vuelto a hundir sintiéndose perseguido.
Un joven balsero atrevido y ambicioso adelantándose a los otros ha logrado prender en el lomo del pez gigante su “huahuasapa”, pero ante la tremenda sacudida del pez herido he caído al agua con un pedazo de la “huahuasapa” rota en la mano, quedándome el otro pedazo con los fisgas de hierro, clavado en las carnes del zúngaro.
El zúngaro por fin es pescado por abajo del río por otro balsero que no esperaba una hermosa caza y no ofreció resistencia al principio, recibiendo otro “huahuasapazo”.
El feliz balsero como no tiene fuerzas suficientes para alzar tan enorme presa a su balsa, después de asestarle un fuerte golpe con el lomo del machete en la cabeza matándolo y luego le amarra a éste de las agallas a la balsa y lo arrastra río abajo a flor de agua.
Sucesivos golpes en la noche se escuchan en el pueblecillo de Sacanche.
En la plazuelita los hombres del pueblo están majando el barbasco sobre piedras con pesados mazos de madera.
Majan conversando y a veces riéndose a carcajadas ante los chistes que se cuentan.
Las mujeres y los niños, en cambio, van recogiendo en alforjas viejas, costales y canastas el barbasco majado, llevándolo enseguida al local de la gobernación donde se le mezclará con ceniza para darle más fuerza.
Las gentes del pueblo siguen majando el barbasco en esta hermosa noche para la pesca del río Sapo, uno de los grandes afluentes del río Huallaga.
La pesca a realiza el pueblo entero, dirigido por la autoridades, todos han contribuido con una arroba de barbasco, hombres y mujeres y como en el pueblo hay más o menos 300 habitantes adultos, hay también 300 arrobas de barbasco, cantidad necesaria para pescar en el río que es grande.
Desde días atrás, el pueblo se encuentra animado por esta pesca, todos se preparan para la pesca.
Y la pesca, como todos de la Amazonía ofrece la perspectiva de ser buena, sobre todo porque el río Sapo está muy bajo por el verano y está repleto de peces  ya que se ve en aguas no muy profundas millares de boquichicos estar lamiendo las piedras.
Los de la”primera”, es decir aquellos que van a “desleir” la primera tanda de veneno han surcado el río en sus canoas llevando la cantidad necesaria de barbasco, los de la “segunda” también han ido tras ellos, no más para soltar otra tanda de veneno, apenas comprueban en el agua la presencia del que soltaron en la “ primera” que se hace visible por que las aguas del río toman un tinte blanco lechoso y sobre todo por los peces que bajan en alocada fuga y en manadas, también por otros que aparecen más atontados con las cabezas a flor de agua o algunos ya muertos que bajan con las panzas plateadas hacia el cielo.
Es aquí, donde se encuentra la razón de esta pesca, de esta segunda tanda de barbasco que soltándose a conveniente distancia de la primera, viene a ser un trágico remate para los pobres peces que huyen del primer peligro y después de esta segunda los peces “blanquean” el río o sea muertos.
Si algunos más fuertes resisten todavía en su loca fuga van a caer en la nasa del cerco que ha sido construido río abajo en un sitio levemente torrentoso y no muy profundo.
El cerco abarca todo el ancho del río, teniendo la nasa en el centro, construido de cañas bravas, siendo una pesca del obstinado esfuerzo de los que trabajan en esta gran pesca.
Los “soltadores” del veneno, situados en medio río, desde sus canoas, deslíen el barbasco majado sumergiendo repetidas veces los costales, alforjas o canastas donde se encuentra depositado el veneno, tomando inmediatamente las aguas el tinte blanco lechoso del jugo.
Los soltadores siguen en su faena después de exprimir totalmente el barbasco, aplastando varias veces los costales, alforjas o canastas contra los bordes de sus canoas y volverlos a sumergir en el río, salen a las orillas a majarlo de nuevo en las piedras, desliéndolo otra vez hasta que por último arrojan al agua los residuos que ya no pueden dar ningún jugo.

En la primera, los soltadores no cortan ni pinchan con sus “huahuasapas” a los peces que flotan atontados por el veneno, los recoge únicamente en sus redes, porque la sangre que sale de los peces heridos, sería suficiente, según la creencia de los pescadores para malograr la pesca, el barbasco misteriosamente pierde su fuerza y los peces no siente su efecto, así con también la presencia en esta pesca de alguna mujer embarazada produciría los mismos efectos desastrosos.
En este suave amanecer  tropical, en que no hace mucho frío, el pueblo se trasladó hacia el río, todos van en son de pesca, mujeres y niños con machetes y redes, los hombres con arpones.
Por el caminito va la gente conversando y riéndose, casi todos hasta los niños fumando gruesos cigarros envueltos en hojas secas de maíz, para ahuyentar a los zancudos y a las víboras venenosas.
En verdad que las pescas en la Amazonía son toda una fervorosa expresión de alegría humana, aunque también no dejan de tener sus tragedias.
Son más o menos las 10 de la mañana y todos están con las miradas ávidas en el río.
De pronto una mujer bien arriba coge en su red un sábalo y la muestra alzando la mano diciendo la pesca…, la pesca…, la pesca.
En un abrir y cerrar de ojos el río se transforma en un verdadero pandemónium, todos corren hacia él, se meten en sus aguas hasta la cintura con machetes y redes en las manos listos para pescar.
Y también van apareciendo los pesqueros que habían ido río arriba en sus canoas y balsas casi llenas de pescados.
Por un trago de aguardiente.. este sábalo.
Por una copa esta toaaaa.
Por un poco de tabaco esta palometa.
Gritan los balseros y algunos viejecitos que desde luego no se hallan con valor para entrar al río, les responden desde las riberas, mostrándoles las botellas de aguardiente o los cigarros que para ese objeto han llevado a la pesca.
Taita Genaro, ven puacá….ven puacá , yo tengo aguardiente… yo tengo cigarros.
Y desde luego se produce el curioso intercambio, los balseros tienen razón, mojados como están y que arriba nomás se les acabó la dotación de aguardiente y de cigarros, necesitan estos ingredientes para tener más resistencia.
Todos están en los afanes de la pesca, una mujer recoge en su red una hermosa lisa, otros boquichicos, sábalos, gamitanas o sentados pescan en abundancia.
Y sigue la pesca a lo largo del río en forma fecunda y abundante.
En algunos sitios del río que las gentes no los pueden pasar por ser muy hondos, rodean por los caminos o suben a las balsas o canoas de algunos, para desembarcar en lugares apropiados.
Muchos han hecho fogatas en las orillas y asan los pescados, así como plátanos que cortaron en las chacras a su paso y las mujeres preparan el delicioso “timbuche”.
De pronto una mujer sale del río, llorando y goteando sangre en la mano, una viejecita le echa aguardiente en la herida.
Llorando llorando después de echar tabaco mascado a su mano y de envolverla con hojas de una planta que al decir de una vieja es medicinal, se pierde por un caminito en el bosque con rumbo a su casa.
Aunque también se oye otro rumor trágico, que a un niño en una de las orillas  boscosas, ha sido mordido en el pie  por un jergón, la temible víbora de los bosques del Huallaga.
Además hay peligro de que algunos balseros se ahoguen, pues muchos de ellos ya están borrachos.



miércoles, 26 de septiembre de 2018

FRAILE POZO


La leyenda dice que con la colonización de los cholones e hibitos mediante las reducciones religiosas organizada por los Franciscanos, estos monjes cometieron muchos abusos con los nativos, ya sea a través de abusos físicos y sexuales o con los tributos que cobraban mediante la minka.
El incumplimiento de estos impuestos se castigaba con látigos de 12 puntas con una bola de resina endurecida en los extremos y a las víctimas les amarraban en el cepo (dos maderas largas con cavidades para apresar los pies en pleno sol.
Los frailes encargados de las tareas de evangelización quedaban al cuidado de las mujeres y niños, mientras los varones salían de caza o a trabajar forzados y abusaban sexualmente de ellos.
Cansados de tanto abuso, los nativos decidieron rebelarse sentenciando a muerte a los religiosos.
En presencia de todos, los ataron de pies y manos, arrojándoles después a un pozo profundo, sellando así el reinado de los frailes franciscanos.
El lugar que sirvió como tumba de los religiosos condenados, es conocido hoy como el “Fraile Pozo”, existiendo éste al pie de las piedras, caminando por la orilla del río Pajatén, desde la desembocadura en el río Jelache, camino al cerro Golondrina.

domingo, 23 de septiembre de 2018

LA CONQUISTA DE LOS INFIELES POR LOS FRANCISCANOS


                         (OLIVER TARAZONA VELA)
En el año 1676 los franciscanos crearon la Provincia de los 12 Apóstoles con la finalidad de conquistar las zonas de la selva del Huallaga Central de la Provincia de Cajamarquilla ó Pataz donde moraban las pacíficas tribus de los hibitos, cuyas viviendas estaban construidas a una altura de 1500 a 2000 m.s.n.m  en la Provincia de Mariscal Cáceres – Departamento de San Martín, cuya lucha y amestizamiento era continuo con las tribus de las montañas más bajas y que los llamaban los  infieles de las montañas, los cuales saqueaban y robaba a las mujeres de los hibitos en muchas  ocasiones destruyeron los pueblos de Condormarca y del Collay.
Ante tanto peligro, los misioneros empiezan a trazar planes diferentes de conquista, civilización y evangelización de los infieles y con el permiso de la Iglesia Cristiana.
Surgiendo la expedición,  al mando de Fray Francisco Gutiérrez con un intérprete nativo hibito bautizado en la Iglesia Católica con el nombre de Manolito.
Este intérprete era todo un personaje, conocido en el Sector de Alto Huallaga, debido a que su madre fue robada  por los infieles en el Sector de Collay y este personaje tenía un padre procedente de la tribu de los infieles (amazónico jíbaro y cunibo).
Su madre regresó al pueblo de Collay con Manolito, cuando éste tenía 12 años de edad.
Cuando colaboró en la expedición de los españoles, Manolito tenía 12 años. Esta expedición peligrosa se realizó con un grupo de personas nativas con el objetivo de colonizar, evangelizar y apaciguar la zona y Fray Francisco se había dirigido hacia allí para llevar el evangelio.
Durante la caminata de tres días abrían trochas por los caminos donde los infieles transitaban, los cuales Manolito conocía perfectamente.
Fray Francisco Gutiérrez y tres nativos más se detuvieron algunos segundos como clavados en el suelo húmedo y fangoso del interior de la selva, pero solo por segundos, porque inmediatamente el temor y la inquietud que los asaltó, despertó sus sentidos adormecidos por el hambre y el cansancio.
Ahora ya no eran hombres comunes y corrientes, ahora se portaban como felinos al acecho, el ruido percibido por Manolito había delatado a un grupo de nativos que debían encontrarse por los alrededores.
Y todos ellos sabían que se trataba de aquellos infieles criminales peligrosos que estaban buscando.
Había ido hasta allí para llevarles el Evangelio a aquel grupo que tenían fama de rebeldes y que no querían saber nada con los seres de otras culturas ni con sus demás paisanos.
Y la expedición tenía que seguir adelante y enfrentarse a ellos.
Al continuar el camino por 14 días descubrieron un gran sembrío de yucas y se detuvieron para escuchar algún ruido que delatara la presencia de los infieles.
Nada, solo una extraña quietud, divisaron tres chozas grandes, pero el silencio que reinaba en el lugar seguía siendo extraño.
Fray Francisco Gutiérrez, se  dirigió decididamente hacia el grupo de chozas y peligrosamente se asomó a una de ellas, un coro de gritos se alzó dentro de la choza y sus ocupantes huyeron hacia la espesura, eran ancianos, mujeres y niños.
Manolito les gritó que no tuvieran temor, que venían en son de paz, a enseñarles el Evangelio y el Padre Fray Francisco sacó de su mochila unos regalitos  que los asustados nativos recibieron y quedaron en absoluto silencio.
Y cuando les dijeron que estaban cansados y tenían hambre, una mujer se levantó y les alcanzó un recipiente con yucas, los nativos les dieron a entender que los varones habían salido de caza para la Gran Fiesta de la Luna Llena.
Al amanecer llegaron los varones trayendo abundante carne del monte y empezaron a gritar salvajemente al ver a los intrusos, parecía que de un momento  a otro les iban a atacar porque les empezaron a rodear como fieras que iban a saltar sobre ellos.
Manolito les habló sereno: Hemos venido en paz, queremos acompañarles en la Gran Fiesta de la Luna Llena y les traemos regalos.
Y empezaron a sacar espejitos, cintas de colores y cucharitas , y empezó a entregarles.
Los nativos cautelosos fueron recibiendo cada uno su regalo y dando gritos y saltos de júbilo, porque nunca había visto esa clase de regalos.
En la noche empezó la fiesta se levantó una inmensa hoguera en el centro de la aldea y empezaron a cocinar la carne de monte que debían ofrecer a la luna.
En su rito, los nativos daban vueltas en silencio alrededor del fuego, primero lo hacían los niños, mientras todos permanecían en silencio, luego las mujeres y finalmente los varones.
Empezaron a comer mirando siempre a la luna, le ofrecían el trozo que tenían en la mano y seguían comiendo.
La nocge llegó a su fin con una soberbia borrachera a base de masato y al mediodía los nativos iban despertando.
Durante la segunda noche, Fray Francisco Gutiérrez empezó a hablarles de un Dios más grande que la luna y el sol.
Les habló de la creación, de la entrada del pecado y de la salvación.
Permanecieron dos días entre ellos, al final de los cuales regresaron a Cajamarquilla dejando en medio de la selva, la semilla de la verdad que Dios, el tiempo y la labor posterior de los nativos se encargarían de hacerlo germinar.


viernes, 21 de septiembre de 2018

PACTO EN EL CAJAMARCORCO


En Pariapuquio, un bello lugar que queda en la parte alta de Samanacruz, frente al cerro Cajamarcorco; hace mucho tiempo vivía una pareja de jóvenes, con un hijo pequeño y otro por venir; tenían poco, casi nada, de dinero. Preocupado el padre decide salir a buscar trabajo a la ciudad.
— Ya nos quedan pocos realitos, y aquí no hay trabajo, ni semilla pue’ tenemos siquiera pa’ sembrar. Voy a la ciudad tal vez caiga alguito de trabajo, viejita.
— ¿Y yo, qué pa’ hacer acá solita con el cholasho y con mi panza?
— Dile a tu mama que venga a acompañarte. Además sólo va a ser un tiempito ¿acaso me vo’a quedar?
Dejando triste a su esposa; el joven parte de madrugada, en busca de un trabajo que le ayude a sostener a su familia. A mitad de camino se encuentra con un extraño hombre a caballo, con riendas y montura muy brillosas.
— ¡Buenos días! ¿o buenas noches será todavía? ¿A dónde vas tan temprano, cumpita?— le pregunta el extraño al joven.
— ¡Buenos días, taitita! a la ciudad me voy, necesito encontrar trabajito.
— ¿Trabajo? Justo necesito un muchacho que me ayude. Yo te doy trabajo, sube, monta al caballo para ir a mi casa.
— ¡¿En serio, taitita?!— de un brinco ya estaba sobre el caballo, sonriendo como nunca.
Así lo llevó al joven en las ancas del caballo, hasta orillas del río Mashcón. El hombre le pide al joven que cierre los ojos hasta que pasen el río; y éste así lo hace, al volver a abrirlos se encuentra dentro del Cajamarcorco; vio cosas que jamás había visto… ¡Había un pueblo muy hermoso! Es ahí donde se da cuenta que el misterioso hombre, en realidad, era el diablo.
— Bueno, ya estamos aquí ¿Para cuánto tiempo quieres trabajo?— pregunta el diablo con risa burlona, mientras se arregla los bigotes— Lo único que tendrías que hacer es atenderme, y cargar el carbón a mis mulas. Eso es todo.
— Para un mes, noma’ taitita; lo he dejau a mi mujer sola con mis cholitos—responde temeroso.
— ¡Ja,ja,ja! — se carcajea el diablo— ¡verdad! No te he dicho que aquí un día es un mes; si te ausentas tanto tiempo de tu casa ya no vas a encontrar a tu mujer, y si la encuentras la encuentras con otro.
— Entonces, pa’ tres díitas noma’ deme trabajito. ¿cuánto me va’sté a pagar?— responde entre avergonzado y sorprendido.
— Por cada día te voy a dar una alforja llena de oro, con eso se acabarán tus problemas. ¡Ah! pero eso sí, tendrás diez años para disfrutar de las alforjitas, luego tu cuerpo y alma serán míos. ¿Aceptas?... aquishito firma ¿Aceptas o no? Sino ya puedes irte, a ver si por tres días de trabajo te dan todo esto.(imagina los ojos del diablo como quien mira el suculento plato que se va a devorar)
Después de un largo silencio, el muchacho… aceptó. El miedo ya se había ido, ahora la codicia lo invadía, sus ojos sólo miraban a una dirección: las alforjas.” Tres días, y todo eso será mío. ¡Qué cojudo he siu! era para decirle una semana de trabajo: una alforja de oro por día” —se decía para sus adentros.
Aunque no sabía firmar, una gota de sangre del dedo índice bastó para sellar el trato. Así empezó a trabajar para el diablo por tres días (que en realidad eran tres meses afuera). Esos días pasaron rápido, el trabajo era leve: al diablo no le importaba hacerlo trabajar duro, el trabajo sólo era un pretexto para conseguir el cuerpo y el alma del pobre infeliz.
— Bueno pues, cumpita; se acabaron los tres días. Ahí están tus tres alforjas llenas de oro. Recuerda que tenemos un trato, ah.
— Sí, sí… deme mis alforjas. Ya me voy — la codicia otra vez.
— Cálmate, son tuyas; es más: llévate una mula, te la regalo, no vas a poder cargar todo eso tú solo— le dice el diablo con su acostumbrada sonrisa burlona.
— Muchas gracias, taitita. Voyme a ver a mi mujercita y a mis cholitos, me han de estar extrañando.
— Ve, ve… ¡Espera, espera! ¡Por poco se me olvida! ja, ja, ja… Dentro de diez años, como hoy, morirás. La última noche que te velen, a medianoche, que nadie esté en tu velorio, porque iré a recoger tu cuerpo. Tu alma ya será mía desde el instante que mueras. Ahora sí, ya puedes irte. No te vayas a olvidar de lo que te dije: que nadie esté en tu velorio la última noche.
El miedo le volvió al cuerpo al saber el día de su muerte y lo que le iba a pasar; pero se le paso al poco rato, total, diez años es mucho tiempo y ahora tenía todo ese oro para gastar.
Fue a casa, sólo para llevarse a su familia a la ciudad, su casa y terreno lo regalo; ahora tenía el suficiente dinero para comprar casa en la ciudad. Y así lo hizo: se compró una tremenda casa en Cajamarca.
El tipo vivía en la opulencia, lleno de mujeres, dinero y prosperidad, sin embargo, el día anunciado ya estaba cerca: diez años pasan en un pestañeo. Es así que un día enfermó de gravedad, y cuando se suponía que debió morir, el cuerpo le aguantó un día más, así que le dio a su mujer e hijos la instrucción, que el diablo le había dado hace mucho.
Al día siguiente murió y se empezó a velar como es costumbre. La última noche de velorio poco antes de medianoche, hicieron desalojar a los presentes como pidió el finado, sin embargo un borracho se quedó dormido en la habitación y los hijos dijeron: “bueno es un borracho y está dormido, seguro ni se enterará del secreto de nuestro padre”. Así que lo dejaron en el velorio.
Esperaron que den las doce campanadas y es entonces cuando sucedió: A lo lejos se escucharon cascos de caballos, que iban aumentando la intensidad hasta que se sentían bastante cerca, también se escuchaba unas ruedas, era como un carruaje el que se sentía que se acercaba a la casa, del difunto... de pronto el sonido de los cascos e los caballos y las ruedas se detuvo: había llegado. Los acompañantes del velorio estaban hechos piedra de tremenda impresión puesto que los chismes de un pacto con el diablo y el vecino millonario, era un secreto a voces.
Muchos rezaban y otros se ocultaban, todas las velas se apagaron y se quedó todo en penumbras, se escuchó un tremendo ajetreo y gatos peleando sobre el cajón. Un grito de terror asusta a los presentes... Se volvieron a escuchar los pesados cascos de los caballos y el carruaje que se iba alejando poco a poco; mientras, ni siquiera el más valiente de los hombres se atrevía a dejar de rezar o salir de su escondite...
Acabó la alboroto todos entraron, con mucho temor, al velorio encontraron al borracho botando espuma por la boca y en un estado de terror, sólo atinaba a decir: "lo ví.. lo ví..."
El cuerpo del señor no estaba y el cajón estaba vacío. En la mañana del entierro, la gente miraba la caravana fúnebre con terror más que respeto, mientras el borracho contaba, con pocas palabras que el diablo se llevó al difunto... Se cuenta que el cajón iba relleno con piedras y paja, para que los cargadores no notaran que estaba vacío.
Así terminó la historia del pobre infeliz que por la necesidad y la codicia termino perdiendo el cuerpo y el alma.