martes, 8 de enero de 2019

EL CHOLO MARCELO



                       (Francisco Izquierdo Ríos)
Las piedras y las rocas de la inmensa bajada de Huancachaca absorbían el terrible castigo del sol y lo devolvían al ambiente produciendo más calor.
Manuel Trauco en su recia mula cargada de alforjas descendían una pendiente que parece llevar al fuego central, iba a Chachapoyas – San Pablo donde tenía una tienda.
Detrás caminaba arreando las bestias de carga Marcelo Vacalla, un cholo sanpablino.
Trauco y Marcelo iban callados con el ansioso deseo de llegar lo más pronto al fondo de la bajada donde espumeaba el río y mojarse en el agua las sienes caldeadas y descansar un rato bajo la sombra de los grandes árboles.
Las bestias también parecían tener esa ansia febril, caminaban a paso rápido, quejándose y quejándose.
Y sobre un cactus, estalló de repente la risa sarcástica de una chicua conmoviendo el remanso de soledad.
El cholo Marcelo se santiguó, pensó:” Cuando la chicua se ríe es porque algo malo está en viaje, si fuera para que llueva, cantaría”.
Y sintió que amargaba la coca que iba masticando; ¡Mal presagio!  Pero no dijo nada a su patrón.
Un poco más abajo, batiendo las alas y riendo más fuerte, la chicua cruzó el camino por encima de ella y se perdió en el cerro.
Esto era ya el colmo, Marcelo no pudo contenerse.
-Patrón – gritó – Nos va a pasar algo malo.
-¿Porqué?
-La chicua.
-Que chicua ni que chicua hombre, apresurémonos para llegar al río- contestó malhumorado  Manuel Trauco.
El cholo Marcelo ya no dijo nada, pero en su corazón temblaba el miedo.
El río más abajo golpeando con el látigo de sus aguas frescas las piedras y los flancos de las rocas.
-¡Maldita bajada! Dijo Marcelo arrojando un salivazo verde de coca. Huancachaca es una bajada fabulosamente inmensa, cerros acá, cerros allá y parecía que nuca se acabaría de bajar o subir.
¿ A que hora llegarían al río?, faltaba aún mucho, tenían por delante mucho por caminar.
Los cascos de las bestias y los llanques del Cholo Marcelo avanzaban.
Manuel Trauco espoloneando su mula, se alejó un poco del arriero, pero éste temeroso del peligro que se presentaba, procuraba no quedarse rezagado, arreaba con insistencia las bestias.
Una ráfaga de viento fresco acarició de pronto a Manuel Trauco, era ya el río.
Jinete y mula se estremecieron de contentos y junto al puente la bestia se asustó y retrocedió bufando, la mula no quería pasar el oscuro puente, Manuel en vez de apearse, hincó con cólera las espuelas en el vientre del animal y éste parándose en dos patas, pisando en el borde debilitado del camino estrecho, se desprendió llevándose al abismo a mulo y jinete.
El cholo Marcelo apareció en ese preciso momento, en la negra boca del camino que se abre entre las rocas del cerro y solo pudo ver a su patrón que caía al río.
Corrió puente abajo en las aguas, se debatían Manuel Trauco y la mula, desapareciendo luego en las impetuosas aguas del río.
¡Pobre patroncito! Por eso estaba tan alegre anoche, solo pudo decir el Cholo Marcelo y se quedó mirando como un tonto ese abismo.





SAPOSOA : LA CIUDAD ENCANTADA



                          (Francisco Izquierdo Ríos)
Había en la selva, arriba del río una ciudad más grande y bonita y que ahora se halla sepultada por una inmensa laguna.
En el centro de la laguna hay un enorme ojo negro, en la orilla un toro de oro que brama sin cesar y al otro lado una chozita de paja que echa humo todos los días y todas las noches, donde vivía una vieja bruja.
Nadie ha podido ni puede llegar a ese lugar, solo una vez un cazador llamado José Milín llegó hasta los bosques de afuera y cuando estaba mirando ese sitio mágico se desató de pronto una fuerte tempestad con rayos, truenos, viento y lluvia, la selva se oscureció completamente y José Milín a duras penas consiguió regresar al pueblo y murió a los pocos días.
La laguna es blanca como la luna, antes había allí una hermosa ciudad con grandes edificios y huertas frutales o sea era un paraíso.
Los animales domésticos cuando tenía hambre pedían que comer a sus dueños, los pavos y las gallinas gritaba; ¡Quiero maíz!  ¡Quiero maíz! y los gatos decían ¡Quiero carne! ‘Quiero carne!.
Los monos salían del bosque y voluntariamente se prestaban a mover los tornos para que las ancianas hilaran algodón.
Y dándoles de comer bien les despedían al anochecer.
Todo era felicidad en la antigua Saposoa, nadie tenía rencor a nadie y nadie hacía daño a nadie.
Una de esas tranquilas mañanas apareció en la ciudad un hombre extraño, alto, con el brazo derecho más largo que el otro y la pierna izquierda más larga que la otra.
Estaba vestido de fierro negro de pies a cabeza y solo se le veían los ojos.
Con una espada roja en la mano más larga se paseaba por la ciudad llenando de pánico a la gente.
Un hombre que se le acercó, de un solo tajo le cortó la cabeza.
Dormía en una cueva a las orillas del río donde guardaba encadenada y desnuda a una mujer blanca como la espuma.
La gente creyéndolo demonio, huyó de la noche a la mañana y fue a establecerse en otro lugar.
La ciudad fue sepultada por una inmensa laguna en cuyo centro hay un enorme ojo negro, en la orilla situada al norte un toro de oro y en la otra orilla una chozita de paja que echa humo todos los días y todas las noches donde vive una vieja bruja.
                                   
.