martes, 26 de junio de 2018

LA DUENDA


Allá por el año de 1949, Juan Quispitongo, indio recio de unos 22 años, se paseaba una tarde algo nublada por la orilla de la laguna de San Nicolás (que queda en el distrito de Namora, en busca de sus animales, cuando de pronto se le apareció una mujer gringa, de ojos azules, rubia, de cabellos muy largos que le llegaban hasta la cintura, y completamente desnuda.
Juan se quedó sorprendido con la aparición, y no atinó a retirarse del lugar; más bien la mujer llegó hasta su lado y con palabras bonitas le insinuó que tuvieran trato sexual, a lo que el campesino, vencido por el deseo y la extraordinaria belleza de la mujer, accedió.
Después de realizado el acto, la gringa entregó a Juan una talega con plata.
De regreso a su casa, le contó a su mujer que se había encontrado la talega de plata, pero la mujer, temerosa, creyendo que lo había robado, no quiso hacer uso del dinero. Todos los días martes y viernes por la tarde, a la caída de la oración, Juan se juntaba con la gringa y practicaban el acto carnal, y siempre le hacía entrega de la bolsa de plata, con la cual se compró chacras, casas y otras cosas, volviéndose de esta manera, ante la sorpresa de sus vecinos, un hombre rico. Cuando se consideró seguro contra la pobreza, ya no
quiso ir a las citas con la mujer, por lo que ésta, en venganza, fue matando a todos sus animales y destruyendo su casa y sus chacras, hasta volverlo nuevamente a la pobreza.
Pero la duenda, que no era otra que la mujer gringa, no cesó en su
venganza, y por las noches, armando gran tropel y alboroto, se dirigía a la casa de Juan a asustar a su mujer y a sus dos hijitos, todavía de pocos años de
edad.
La mujer, alarmada por estos acontecimientos, se dirigió a Cajamarca, en donde se entrevistó con una su comadre que vivía en la calle Silva Santisteban, quien le recomendó que tan luego sintiera el tumulto, hiciera llorar a sus hijitos pellizcándoles en las nalgas, y que con un machete de acero hiciera cruces en el aire y tirara en dirección al ruido ajos molidos.
Todas estas precauciones las siguió al pie de la letra, pero sin resultado positivo alguno.
En vista del fracaso regresó a la ciudad y contó lo sucedido a su comadre, manifestando que la duenda siempre la fastidiaba. Para entonces, ya Juan le había contado la verdad de las cosas, pidiéndole lo disculpara por cuanto la
duenda le había embrujado y seducido con la plata. En esta nueva oportunidad, la comadre le recomendó que comprara mirra e incienso, para quemar a la hora en que acostumbraba la duende fastidiarla.
Premunida ya de estas sustancias, se dirigió a su casa, que quedaba cerca de la laguna de San Nicolás, pero cuando llegó a su domicilio, con gran sorpresa, ya no encontró a su marido, quien, enfermo de fiebres, había quedado postrado en cama. Sólo percibió en el cuarto un fuerte olor a azufre, por lo que comprendió que la duenda se había llevado a su marido en cuerpo y alma..
Carlos Velásquez Sánchez


viernes, 8 de junio de 2018

LA TERRIBLE RUNAMULA


                          (Lucio Córdova Mezones)
En una noche sin luna, la mujer fue despertada por el silbido del maligno, eso lo hizo salir a la calle de aquel pueblo.
Las impenetrables tinieblas no le permitían ver ni sus propias manos. El ayapullito pasaba como un dardo piando y soplándole las orejas.
Dio unos cuantos pasos y se sentó a orinar entre unos arbustos y de entre la oscuridad surgió un ser horripilante más negro que las sombras, con ojos candentes tomó a la mujer, la doblegó y la hizo revolcar sobre el barro pestilente y la poseyó en un repulsivo apareamiento entre espeluznantes carcajadas y alaridos.
La mujer con el rostro inflado y los ojos a punto de reventar, con muecas de nauseas, revolcándose con aterradores gritos comenzó a sufrir una serie de transformaciones.
En esa horrenda confusión, tambaleándose se puso de pie entre resoplidos y relinchos.
-Se convirtió en una mula.
El abominable espectro venido de las sombras, la sujetó y le colocó las bridas con frenos y riendas adornadas con hebillas de oro y plata.
La ensilló, puso sobre ella un elegante apero con bellos estribos y la montó.
La mujer convertida ahora en una runamula salió en veloz carrera, daba escalofriantes relinchos y botaba fuego por sus narices y el diabólico jinete emitía aterradoras carcajadas.
La runamula – decían en el pueblo, la gente de miedo se cobijaba, otros rezaban, agarraban sus crucifijos y estampas de santos y santas.
Fuera de la ciudad se perdieron en el bosque lanzando sus relinchos y carcajadas.
Al amanecer, los moradores vieron en la calle a una conocida vecina avanzar a paso lento, maltrecha hacia su casa.
Esa es la runamula – la acusó una anciana.
Quién más podría ser, siendo casada por la iglesia, burla a su marido con toda clase de hombres casados y solteros.
Dicen que hasta su propio yerno la hace su mujer y que a sus propios hijos los ha iniciado sexualmente. ¡Qué horror! Dios mío.
Cuentan que cuando era una huambrilla, su finado padre la violó y siguió con ella en su  adolescencia.
Su vida está llena de ira y odio y a su marido siempre le amenaza de muerte, al pobre le ha atontado con brebajes.
Y a ello se suman malvados oficios: mujeres adultas y preñadas acuden a ella para que les haga abortar.
Comentan que a los fetos que nacen vivos los mataba metiéndoles en agua hervida y que su huerta es un cementerio de abortos.
Mezcla la comida con su esputo y tierra de las tumbas y no cede espacios al amor y su vida es un laberinto de inmundicia – concluyó la mujer.
La mujer al escuchar las murmuraciones, respondió a voz en cuello-
-Sí, yo soy la runamula, mírenme, apúntenme. No se crean los santos y santas, entre Uds. también hay runamulas y runamuleros escondidos y yo los arrastraré al infierno porque hemos bebido juntos negros pecados – dijo la mujer enfurecida.
Pasaron días, meses y años y en esas noches sin luna ni estrellas los pobladores escuchaban el tenebroso relincho de la runamula y las horrendas carcajadas de su jinete.
Un día, de repente los relinchos y carcajadas se apagaron y la mujer cayó con una grave enfermedad y postrada maldecía su cruz.
Un grupo de mujeres caritativas le visitaban y le ofrecían apoyo espiritual pero ella rechazaba todo rezo.
Le ofrecieron traer al cura para que le de extremaunción, pero a pesar de estar muy cerca de la muerte vociferaba, blasfemaba y decía groserías, negándose a recibir el sacramento.
Era un esqueleto viviente, hueso y pellejo y su agonía duró muchos días.
Una noche desde su lecho gritó: Noooo puedo morirrr y los pobladores en el pueblo estaban asustados y al día siguiente al atardecer estaba atrapada por el ronquido de la muerte.
De pronto llegó un extraño personaje cabalgando en una mula muy bien aperada y en su sonrisa mostraba sus dientes de oro y no se alejaba de su mula.
De pronto surgió un grito espantoso, ronco y balbuceante, la mujer acababa de morir.
Un fuerte estremecimiento sacudió la casa, se sintió como si una bandada de aves oscuras y gigantes entraron por las puertas y ventanas, se apagaron las alcuzas y los gritos de la pobre alma congelaban a los acompañantes al velorio.
De pronto un pavo desplumado y degollado cobró vida haciendo huir atemorizados a los presentes.
El alma de la runamula salió del pavo y con gritos horribles se metió en la mula del extraño visitante, la cual relinchó, se paró en dos patas y lanzó fuego por sus narices.
El hombre la montó y emprendió velo carrera, la horrenda carcajada del jinete asustó a los pobladores.
La runamula y su jinete se perdieron para siempre en un negro pantano rodeado de un bosque de renacos malditos.
En la casa encendieron las alcuzas y se dieron con la sorpresa de que no había el cuerpo de la muerta, se lo habían llevado los espectros malignos.
El marido se recuperó de sus males, sacó sus enseres y quemó la casa.
Todos vieron que el cielo se despejó y ahora las estrellas iluminaban el firmamento.

Carlos Velásquez Sánchez