domingo, 19 de agosto de 2018

EL CHULLACHAQUI


                                   (Francisco Izquierdo Ríos)
El chullachaqui, el diablo de pies desiguales, que se transforma de un momento a otro en gente, en árbol, en ave, en arroyo o en perro  dentro de las verdes soledades de la selva inmensa y asusta a los caminantes o rapta con engaños a los niños que andan solos o se quedan en las chozas de las chacras, como también a los adultos.
Aparece por lo general en la persona de un pariente, de una madre, de un padre, de un tío, tía o a veces también en la de un amigo e invita amablemente con un pretexto a seguirle por la selva.
Hasta después de haber caminado una regular distancia dentro del silencio y del desamparo se revela tal como es y deja amarrado a su víctima, si es adulto en una tangarana y si es niño lo sube a uno de los árboles gigantescos, donde los deja oculto.
 A veces también aparece en un uno de esos caminos ante algún niño como una linda gallina blanca con hermoso pollitos, que el niño les sigue para agarrarlos bosque adentro, donde es víctima de un fatal engaño.
Cuentan que han encontrado a niños raptados por el chullachaqui en los altos ramajes de los árboles con los rostros desfigurados por terribles rasguños y sin habla, o sea mudos.
Los indios “cargueros” que conducen viajeros por la selva descubrían las huellas de sus pies desiguales en el lodo de los caminos y sienten gran terror o escuchaban en los momentos de lluvias el rumor de las conversaciones de estos chullachaquis en las aletas de los renacos.
En una noche de luna, don Pascual iba de Saposoa a Sacanche montado en su caballo, era un hombre valiente, no tenía miedo al diablo ni al tunchi y le gustaba viajar en las noches de luna, iba por el camino silencioso, cuando en la cumbre del cerro “Poloponta”, que era un sitio pesado, salió un hombre del bosque. Hablando palabras gangosas con el propósito de agarrar la brida del caballo de don Pascual, el caballo se asustó, dio un tremendo salto y por poco casi derriba a su jinete.
Don Pascual, sin asustarse hincó las espuelas en el caballo y de daba fuertes riendazos, consiguiendo atropellar al fantasma, el que conociendo el temple del valeroso jinete no hizo más que adelantarse y seguir por el camino a cierta distancia a don Pascual, quien sin miedo alguno iba tras él  , espoloneando su caballo que resoplaba asustado.
Hasta que al llegar a la orilla del riachuelo Sacanche, desde donde se divisaba las casitas del pueblo y cuando ya la bella luz del amanecer aparecía, desapareció el fantasma como humo.
Era el chullachaqui.
En ese pequeño cerro de Poloponta que era un sitio muy pesado, una vez don Olegario que iba también una noche por ese cerro, cuando subía, vio que des la cumbre bajaban peleando dos perrazos negros de ojos brillantes, como carbones encendidos.
¡Santo Dios! Dijo don Olegario y sacó su machete y sin atemorizarse, siguió adelante y cuando ya los animales estaban junto a él, se abalanzó contra ellos para cortarlos pero desaparecieron, dejando un fuerte olor a azufre y a chivo.
Luego don Olegario oyó silbidos, cantos, hachazos en el bosque y una bulla tremenda…¡ Era el chullachaqui!.
En una ocasión, un hijo mató a su padre en el bosque, porque lo confundió con el chullachaqui. Iban a buscar a sus chanchos, que hacía tiempo se habían remontado hacia la selva y no regresaban ya a sus corrales, o a las casas de sus dueños, volviéndose salvajes.
Vete tú por acá y yo por este lado, nos encontraremos junto a la quebrada, dijo el padre a su hijo al entrar al bosque, pero ten cuidado, no vaya a engañarte el chullachaqui.
Ya tu sabes, puede aparecer como yo o como cualquiera de nuestros parientes, le das machetazos si este aparece. No tengas miedo.
Después entraron los dos a la selva inmensa, por distintos caminos con el fin de encontrarse a las orillas de una quebrada que corría en el fondo.
El muchacho iba por el bosque con cierto recelo y miedo, pensando en el chullachaqui y en los consejos que le había dado su padre.
Ante cualquier ruido se sobresaltaba, más todavía cuando oyó reírse a la fatídica chicua en un árbol muy alto.
En uno de esos sitios, su padre que había cambiado de parecer repentinamente se le apareció, venía en busca de él con el objeto de seguir otro rumbo.
El muchacho se quedó mirándolo asustado.
No temas –le dijo- soy tu padre, vamos por aquí, por este sitio creo que estarán los chanchos y siguió caminando en esa dirección.
Tú no eres mi padre, gritó de pronto el muchacho. Eres el chullachaqui, me quieres engañar y corriendo alcanzó a su padre y le asestó un terrible machetazo en la nuca.
El pobre hombre cayó instantáneamente muerto y el muchacho volvió corriendo a su casa. Había matado a su padre confundiéndole con el chullachaqui.
Por eso, amigos hay que fijarse primero en el pie derecho de alguna gente, que se encuentre en los caminos, pues cuando el chullachaqui se transforma en egente siempre tiene el pie derecho más pequeño que el izquierdo, pero el condenado trata siempre de ocultar este pie en alguna forma.
Por eso siempre la tarde se vuelve pesada con un fuerte olor a chivo en el ambiente, es porque el chullachaqui pasa en ese momento, cojeando, cojeando por el camino.



No hay comentarios:

Publicar un comentario