Había un matrimonio campesino que era muy aficionado a comer
camarones, esos riquísimos camarones que tanto abunda en el rió San Juan que
forma el Valle de Chincha. La mujer, especialmente tenía “antojos” por saborear
esta clase de animal de rió y el esposo, que era muy complaciente en satisfacer
los deseos de su señora, no tuvo más remedio que preparar sus “ichiguas” o
“izangas”, (especie de canastas alargadas que se colocan en el rio para atrapar
camarones).Después de haber esperado más de tres horas, comprobó que en las
“ichiguas” habían caído algunos camarones, los suficientes para preparar un
buen cebiche de colitas y un sabroso chupe. Regresa a su casa y en el camino se
le atraviesa una víbora. Coge una piedra y con gran puntería, aplasta la cabeza
de ese repugnante animal. Contempla su hazaña y con el fin de mostrarle a su
esposa la culebra, la recoge y envuelve en una hoja de papel periódico. Llega a
su casa y entrega a su mujer dos paquetes, uno conteniendo los camarones y el otro
la víbora, pero sin acordarse de contarle lo ocurrido. La señora toma los
paquetes y con los camarones se dedica a preparar los potajes de su
predilección guardando el otro envuelto en la alacena de la cocina. A la hora
de la comida, después de haber hecho los honores a tan suculentos platos y
haberlos remojado con una botella de vino tinto, el esposo pregunto a su mujer
por el paquete que contenía la culebra, y ella le responde que estaba guardado
porque tan sólo tenía una varilla de metal en forma de culebra. El marido,
sorprendido, se dirige a la alacena para cerciorarse de las palabras de su
señora y, en efecto, encuentra una varilla de metal, color amarillo. La culebra
se había convertido en oro. Demás está decir la alegría que experimentaron, porque
en esta forma solucionaron, sus problemas económicos, ya que con la venta del
oro compraron una chacrita; que era la mayor ambición de su vida.
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