martes, 26 de marzo de 2019

EL CERRO DE LOS AGUELOS


                          (Francisco Izquierdo Ríos)
A orillas del río Utcubamba estaban en la choza, la vieja Estefa con su marido don Evaristo y su sobrino Orencio.
Era un amanecer y Orencio decía: Parece mentira tío Eva que no encontremos a ese puma.
Así es Orencio, ese animal parece hijo del diablo.
El mismo diablo, el mismo diablo tío Eva, a pesar que lo buscamos tanto no lo podemos encontrar, no los perros, hombre ni los perros.
El viejo Evaristo contó a Orencio, que en su juventud, antes de que éste naciera había matado un puma en Silca.
Los perros lo forzaron a subir a un árbol en las riberas del Utcubamba y allí lo mató con un certero disparo de su escopeta y era un puma grandazo.
Caray tío Eva no parecemos hombres, le cortó su relato el joven Orencio.
¡ Juro que esta noche encontraré yo al puma, seguramente se esconde en el Cerro de los Aguelos. Iré allí.
Cuidado Orencio, yo nunca me he atrevido. Nadie. Los ágüelos agarran a la gente.
Pero, hasta ahora no hemos buscado allí el puma y yo iré mascando coca fresca.
¡Cuidado muchacho¡ Cuidado y el viejo contó al joven que muchos años atrás cuando Orencio todavía era muy niño, un hombre del lugar llamado Cirilo se había ido a ese cerro donde duermen su sueño de siglos de los ágüelos.
No me harán nada decía Cirilo tengo buena coca y se burlaba de ellos. Les tiraba piedras.
Y no has de creer Orencio , concluyó el viejo.
Cuando Cirilo llegó su casa, en ese instante enfermó, le dolía la cintura, le salieron grandes tumores en el costado y se llenó de sarna de pies a cabeza, se descascaraba el pobre como perro atacado del mismo mal.
Se hizo haragán como el pájaro shihuín, solo junto al fogón nomás quería vivir. Antes era muy trabajador.
Le habían agarrado, pues los aguelos y una noche se acabó como una lámpara.
Callaron y seguían masticando la coca como rumiantes.
Mi coca se ha vuelto amarga, es aviso de algo malo – Orencio.
Por el aguacero que ya cae ha de ser tío – le contestó Orencio.
Orencio, los ágüelos no quieren que nadie les moleste, le volvió a advertir el anciano.
El puma es muy astuto, ataca en el día, pero se vale más de la noche para sorprender a los potrillos, a los becerros, a los caballos y bueyes.
Y salta al pescuezo del animal, prendiendo sus garras y colmillos con ferocidad.
La víctima cae con el pescuezo roto, la cabeza desgajada y el puma lo arrastra a un lugar solitario donde lo come a su gusto, haciendo brillar a su pupo.
Es el terror de las chacras y pobladores.
Silca es un pequeño valle del río Utcubamba, afluente del río Marañón y estaba acabando al escaso ganado y con la paciencia de los moradores.
Desesperados estaban los moradores por los perjuicios que les venía ocasionando el puma, lo buscaban día y noche por todo el valle solo o con ayuda de los perros, pero no lo encontraban.
Algunos encontraban las huellas del puma en los caminos pero cuando los estaban siguiendo, de pronto por encanto desaparecían las huellas y le armaban trampas y nada.
Orencio se frotó el cuerpo con coca mascada y se encaminó hacia el Cerro de loa Ágüelos, confiaba en el poder de su coca y en su juventud.
Llegó a un bosquecillo junto a la quebrada en el Cerro de los Ágüelos, Orencio temblaba, luego algo maravilloso le sucedió , poco a poco fue teniendo confianza en ese lugar, perdiendo el miedo a ese cerro, se sentía atraído hacia el…
Cuando seguía caminando con cautela escuchó ruidos, se detuvo y vio a cierta distancia dos ojazos que le miraban fijos a través de la oscuridad.
Se quedó hipnotizado mirando esos dos puntos de fuego que parecían ojos del diablo, luego reaccionó y quiso dispararle, que no era otra cosa que el puma, dando media a saltos empezó a descender a la quebrada y Orencio como un autómata se fue tras el hacia el abismo.
Orencio siguió al puma que ya subía con rodeos al Cerro de los Ágüelos, iba tras el animal cogiéndose de las hierbas y de las piedras.
Ya no era dueño de su ser, parecía como que una fuerza sobrenatural le arrastraba hacia arriba.
De pronto el puma desapareció, no se dejó ver más y Orencio se quedó pasmado al darse cuenta de que se encontraba en el Cerro de los Ágüelos.
Al amanecer, Orencio se contorsionaba, alzaba los pies, movía las manos.
De pronto se dio cuenta de que estaba rodeado por veinte indios viejos, con ponchos raídos y amarillentos y uno de ellos, el Curaca con corona de plumas, la mano izquierda sobre la cabeza de un puma y un pedazo de madera en la derecha a modo de cetro, dio una señal  los demás para que se llevaran a Orencio a la necrópolis.
Le introdujeron en una cueva grande, donde se encontraba el curaca sentado en un banco de piedra, junto a él estaba echado el puma como un enorme gato.
Sus conductores acostaron  a Orencio en el suelo junto al Curaca y se colocaron en dos filas a ambos lados de él.
Se levantó el Curaca hizo una reverencia al cóndor y a la serpiente, ambos de piedra.
Luego apuntándole con el cetro dijo colérico a Orencio:”Pagarás caro tu atrevimiento, no sabes acaso que este lugar es sagrado. Se paralizarán tus manos, tus pies y no podrás andar más.”
Así sea – aprobaron los otros en coro – inclinándose.
Orencio despertó  al amanecer, quiso levantarse y no puedo, su cuerpo no le obedecía, no podía moverse por ningún lado, permanecía tieso como un muerto.
Todo lo sucedido en la noche parecía un sueño malo o sea una pesadilla.
No. No había sido un sueño, le habían agarrado los ágüelos . Estaba en el cerro de ellos inutilizado, inválido, gritaba, pero sus gritos morían en el sordo rumor de las aguas de la quebrada.
Su desesperación creció al oír aleteos sobre él y descubrió que eran buitres que le miraban golosamente desde las peñas.
Los indios, hombres y mujeres estaban arrodillados en el fondo de la quebrada, frente al Cerro de los Ágüelos, quienes de rato en rato arrojaban puñados de coca mascada a la montaña.
La desaparición de Orencio, como es natural había provocado alarma en el pueblito de Silca, todos miraba con terror el Cerro de los y decían los ágüelos le han agarrado.
El viejo Evaristo decía ¿Y qué hacemos ahora? Parecían preguntarse todos con un miedo profundo.
Iremos al Cerro y rogaremos a los ágüelos para que lo suelten – expresó la vieja Estefa.
Y dudando se fueron al Cerro provistos de abundante coca.
¿Realmente Orencio estará allí?
Orenciooooooo, llamó el viejo Evaristo suavemente con las manos ahuecadas en la boca.
La montaña se erizó como un monstruo, volaron algunos buitres y los indios quisieron huir.
La vieja Estefa les detuvo, diciendo:” No nos harán nada los ágüelos, ellos saben que no hemos venido a molestarles”.
Y volvieron a arrodillarse y a mascar coca.
Ahí está avisó de pronto Tishtico señalando una peña. Ahí, ahí.
Todos se arremolinaron junto al muchacho Orencio, estaba en la quebrada recostado en una peña.
Los ágüelos, los ágüelos, le han agarrado los ágüelos y está muerto.
Casilda, la novia de Orencio , lloraba bajo un arbolito.
Orencioooooo, volvió a llamar el viejo Evaristo- Orencioooo.
Oooooooooooo, respondió una voz quejumbrosa de las entrañas del cerro como si fuera uno de los ágüelos que contestaba desde la lejanía de los siglos.
¿Será la voz de uno de los ágüelos? Los indios dudaban.
Nadie se atrevía a subir al cerro, hasta que la bella Casilda quiso escalar, avergonzándole a Natico, amigo íntimo de Orencio y él era un mozo fornido, valiente, hábil trepador de montañas y dominador de la cordillera agreste.
Natico se frotó el cuerpo con coca y terciándose al pecho una larga soga de cuero enrollada, ascendió con sumo cuidado la difícil montaña.
Cuando Natico llegó al lugar donde se encontraba Orencio, rápidamente echó a éste coca mascada  en el cuerpo y amarrándolo con la soga por debajo de los brazos e hizo descender con cautela como un fardo.
Los demás esperaban a Orencio al pie de la montaña, lo cogieron y lo llevaron al otro lado de la quebrada donde todos le arrojaron coca masticada y él inconsciente deliraba.
 Mientras tanto Natico sujetando la soga a una piedra, con la escopeta de Orencio a la espalda, ya en tierra, orgulloso de su triunfo dio dos saltos como el cóndor cuando va a volar.
El aguacero venía bramando como centenares de pumas desde el oeste.
Los indios corrieron a Silca conduciendo a Orencio en una improvisada camilla.
La lluvia y la noche sepultaron a Silca. Orencio en la choza del viejo Evaristo estaba tieso en la cama, continuaba delirando, gritando: No me lleven, por favor suéltenme.
Dios santo, son los ágüelos, exclamaron espantados los indios masticando coca. En el fondo de la noche iluminada por una débil lámpara de aceite. ¿Los ágüelos?.
La sombra del brujo se irguió, de repente en la habitación. Ahuyentando a los indios al patio.
Y comenzó a conjurar a los ágüelos, arrojando hojas de coca sobre él rígido cuerpo de Orencio.
Ejecutó luego la danza del látigo e derredor del joven, la correa zumbaba casi rozando a éste desde los pies al rostro.
Jadeante, sudoroso, se sentó el brujo en un rincón, mirando como un búho al enfermo.
Al amanecer con el canto de los gallos, salió al patio, asegurando a los demás indios que los ágüelos se habían ido.
Orencio dormía profundamente, despertó cuando el sol alumbraba radiante al valle ya sin aguacero.




domingo, 3 de marzo de 2019

ZENON EL PESCADOR




                           (Francisco Izquierdo Ríos)
Zenón ayudaba a su padre a pescar. El cordel del anzuelo llegaba desde el río a la choza, era un grueso cordel de hilo semejante a los que se usan para amarrar caballos, con un anzuelo grandazo que llevaba como carnada un pollo entero.
El padre de Zenón arrojaba el anzuelo en una poza profunda del río y extendía el cordel por sobre las ramas bajas de los árboles  hasta la puerta de su choza con una pequeña lata confeccionada como timbre al extremo.
El tintineo de esa lata anunciaba la caída de un pez y entonces padre e hijo corrían al río y sacaban la presa de las aguas enormes peces más grandes que un hombre.
De cualquier sitio de la chacra era oído el tintineo de la lata.
A veces a la medianoche sonaba la lata y Zenón era el primero en escucha el aviso y despertaba a su padre.
El ayudaba a su padre a jalar el cordel, era apenas un niño de nueve años, pero muy vivaracho y valiente.
Un día sus padres se fueron al pueblo a hacer compras, recomendando a Zenón que no se moviera de la choza.
Su padre enrolló el cordel del gran anzuelo y lo colocó en un rincón. Pero el muchacho tan luego que sus padres se fueron, decidió ir s pescar en el río con su pequeño anzuelo de caña.
¿Llevaré a mi perro? Se preguntó Zenón, mejor será que no – se contestó. Porqué me molestará y amarró a Otorongo, que así se llamaba su perro a un horcón de la choza.
Llevaré a la carabina, pero no mejor no, porque pesa mucho, también no llevaré a la cerbatana.
Y después de sacar lombrices para a carnada, cavando con su machete en la tierra húmeda de la chacra, se fue en busca de un sitio apropiado para pescar.
Y Zenón estaba pescando una regular cantidad. Tenía una gran sarta de pescados y ya era de volver.
Enroscó su sedal en la caña y caminó de regreso, de pronto se dio cuenta de que le perseguían unos caimanes, Zenón se trepó como un mono a un árbol, hasta que se acordó que esos animales le tenían pánico al tigre e imitó el rugido del tigre y los caimanes se tiraron al río desapareciendo en sus aguas
Zenón sonriendo bajó del árbol y con la sarta de pescados regresó a su choza.




martes, 12 de febrero de 2019

JACOBO RONCO


                (Francisco Izquierdo Ríos)
Jacobo Ronco era un muchacho alegre y llevaba mil soles en plata contante y sonante para el Alcalde de Bagua Chica por encargo del Alcalde de Bagua Grande.
Arreando su caballo que cargaba la alforja de la plata iba por el camino con un fuerte sol del mediodía.
De prono le llama la atención algo que se movía a lo lejos. ¡Era un tigre o un puma?
Jacobo siguió adelante y vio que era n puma comiendo un venado en el medio del camino ¿ Qué hacer? , el puma comenzó a gruñir amenazante,  Jacobo no tenía un arma de fuego, solo un puñal.
Amarro el caballo a un árbol y puñal en mano se acercó al puma, gritando ¡ Ven animal feroz , a pelear conmigo.
¡Ven bigotudo cobarde!
Ante esta valiente actitud, el puma huyó con el rabo entre las piernas como un manso gatito, Jacobo  lo persiguió arrojándole piedras y gritando.
Desaparecido el puma en la vasta llanura regresó ronco y sin demora colocó el venado sobre su caballo.
Jacobo muy alegre continuó su viaje a Bagua Chica, porqué además de los mil soles, llevaba un hermoso venado.
En otra ocasión Jacobo Ronco andaba de caza siempre por las llanuras asoleadas de Bagua, cuando de pronto distinguió a dos osos.
Los osos macho y hembra comían los frutos de un algarrobo-
Jacobo pudo alejarse pero impulsado  por su espíritu aventurero y temerario se aproximó a los osos y disparó al macho, hiriéndolo en el corazón y cayó muerto al lado de su compañera.
La osa reaccionó y mirando a su alrededor descubrió a Jacobo detrás de una piedra quién quería poner más cartuchos a su escopeta.
La osa se lanzó veloz contra el atrevido muchacho, Jacobo quiso defenderse con la escopeta desarmada, pero la osa se la quitó y la rompió en pedazos, luego derriba a Jacobo y se subió sobre él.
Jacobo no era de aquellos que pierden la serenidad ante el peligro.
Después que le pasó el aturdimiento optó por hacerse el muerto, cerró los ojos y contuvo la respiración cuanto pudo.
La osa se bajó de él y sentó a su cabecera para comprobar si efectivamente estaba muerto, le ponía una de sus patas en la nariz, le palpaba, le olía, levantaba los párpados.
Engañada la osa por el astuto Jacobo, se descuidó un momento lo que aprovechó este para sacar su famoso puñal y le clavó en el vientre de la osa.
El puñal se hundió hasta el mango, echó a correr mientras la osa trataba de sacar el puñal de su cuerpo.
Jacobo llegó a Bagua Grande al anochecer sin más novedad que la pérdida de su puñal y escopeta.
Cuando en el pueblo supieron su hazaña, los hombres fueron a traer a los osos, cuyas pieles Jacobo lo conserva como unos recuerdos colgados en las paredes de su pequeño cuarto

martes, 8 de enero de 2019

EL CHOLO MARCELO



                       (Francisco Izquierdo Ríos)
Las piedras y las rocas de la inmensa bajada de Huancachaca absorbían el terrible castigo del sol y lo devolvían al ambiente produciendo más calor.
Manuel Trauco en su recia mula cargada de alforjas descendían una pendiente que parece llevar al fuego central, iba a Chachapoyas – San Pablo donde tenía una tienda.
Detrás caminaba arreando las bestias de carga Marcelo Vacalla, un cholo sanpablino.
Trauco y Marcelo iban callados con el ansioso deseo de llegar lo más pronto al fondo de la bajada donde espumeaba el río y mojarse en el agua las sienes caldeadas y descansar un rato bajo la sombra de los grandes árboles.
Las bestias también parecían tener esa ansia febril, caminaban a paso rápido, quejándose y quejándose.
Y sobre un cactus, estalló de repente la risa sarcástica de una chicua conmoviendo el remanso de soledad.
El cholo Marcelo se santiguó, pensó:” Cuando la chicua se ríe es porque algo malo está en viaje, si fuera para que llueva, cantaría”.
Y sintió que amargaba la coca que iba masticando; ¡Mal presagio!  Pero no dijo nada a su patrón.
Un poco más abajo, batiendo las alas y riendo más fuerte, la chicua cruzó el camino por encima de ella y se perdió en el cerro.
Esto era ya el colmo, Marcelo no pudo contenerse.
-Patrón – gritó – Nos va a pasar algo malo.
-¿Porqué?
-La chicua.
-Que chicua ni que chicua hombre, apresurémonos para llegar al río- contestó malhumorado  Manuel Trauco.
El cholo Marcelo ya no dijo nada, pero en su corazón temblaba el miedo.
El río más abajo golpeando con el látigo de sus aguas frescas las piedras y los flancos de las rocas.
-¡Maldita bajada! Dijo Marcelo arrojando un salivazo verde de coca. Huancachaca es una bajada fabulosamente inmensa, cerros acá, cerros allá y parecía que nuca se acabaría de bajar o subir.
¿ A que hora llegarían al río?, faltaba aún mucho, tenían por delante mucho por caminar.
Los cascos de las bestias y los llanques del Cholo Marcelo avanzaban.
Manuel Trauco espoloneando su mula, se alejó un poco del arriero, pero éste temeroso del peligro que se presentaba, procuraba no quedarse rezagado, arreaba con insistencia las bestias.
Una ráfaga de viento fresco acarició de pronto a Manuel Trauco, era ya el río.
Jinete y mula se estremecieron de contentos y junto al puente la bestia se asustó y retrocedió bufando, la mula no quería pasar el oscuro puente, Manuel en vez de apearse, hincó con cólera las espuelas en el vientre del animal y éste parándose en dos patas, pisando en el borde debilitado del camino estrecho, se desprendió llevándose al abismo a mulo y jinete.
El cholo Marcelo apareció en ese preciso momento, en la negra boca del camino que se abre entre las rocas del cerro y solo pudo ver a su patrón que caía al río.
Corrió puente abajo en las aguas, se debatían Manuel Trauco y la mula, desapareciendo luego en las impetuosas aguas del río.
¡Pobre patroncito! Por eso estaba tan alegre anoche, solo pudo decir el Cholo Marcelo y se quedó mirando como un tonto ese abismo.





SAPOSOA : LA CIUDAD ENCANTADA



                          (Francisco Izquierdo Ríos)
Había en la selva, arriba del río una ciudad más grande y bonita y que ahora se halla sepultada por una inmensa laguna.
En el centro de la laguna hay un enorme ojo negro, en la orilla un toro de oro que brama sin cesar y al otro lado una chozita de paja que echa humo todos los días y todas las noches, donde vivía una vieja bruja.
Nadie ha podido ni puede llegar a ese lugar, solo una vez un cazador llamado José Milín llegó hasta los bosques de afuera y cuando estaba mirando ese sitio mágico se desató de pronto una fuerte tempestad con rayos, truenos, viento y lluvia, la selva se oscureció completamente y José Milín a duras penas consiguió regresar al pueblo y murió a los pocos días.
La laguna es blanca como la luna, antes había allí una hermosa ciudad con grandes edificios y huertas frutales o sea era un paraíso.
Los animales domésticos cuando tenía hambre pedían que comer a sus dueños, los pavos y las gallinas gritaba; ¡Quiero maíz!  ¡Quiero maíz! y los gatos decían ¡Quiero carne! ‘Quiero carne!.
Los monos salían del bosque y voluntariamente se prestaban a mover los tornos para que las ancianas hilaran algodón.
Y dándoles de comer bien les despedían al anochecer.
Todo era felicidad en la antigua Saposoa, nadie tenía rencor a nadie y nadie hacía daño a nadie.
Una de esas tranquilas mañanas apareció en la ciudad un hombre extraño, alto, con el brazo derecho más largo que el otro y la pierna izquierda más larga que la otra.
Estaba vestido de fierro negro de pies a cabeza y solo se le veían los ojos.
Con una espada roja en la mano más larga se paseaba por la ciudad llenando de pánico a la gente.
Un hombre que se le acercó, de un solo tajo le cortó la cabeza.
Dormía en una cueva a las orillas del río donde guardaba encadenada y desnuda a una mujer blanca como la espuma.
La gente creyéndolo demonio, huyó de la noche a la mañana y fue a establecerse en otro lugar.
La ciudad fue sepultada por una inmensa laguna en cuyo centro hay un enorme ojo negro, en la orilla situada al norte un toro de oro y en la otra orilla una chozita de paja que echa humo todos los días y todas las noches donde vive una vieja bruja.
                                   
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miércoles, 12 de diciembre de 2018

LA CONQUISTA DE LOS INFIELES POR LOS FRANCISCANOS




                         (OLIVER TARAZONA VELA)
En el año 1676 los franciscanos crearon la Provincia de los 12 Apóstoles con la finalidad de conquistar las zonas de la selva del Huallaga Central de la Provincia de Cajamarquilla ó Pataz donde moraban las pacíficas tribus de los hibitos, cuyas viviendas estaban construidas a una altura de 1500 a 2000 m.s.n.m  en la Provincia de Mariscal Cáceres – Departamento de San Martín, cuya lucha y amestizamiento era continuo con las tribus de las montañas más bajas y que los llamaban los  infieles de las montañas, los cuales saqueaban y robaba a las mujeres de los hibitos en muchas  ocasiones destruyeron los pueblos de Condormarca y del Collay.
Ante tanto peligro, los misioneros empiezan a trazar planes diferentes de conquista, civilización y evangelización de los infieles y con el permiso de la Iglesia Cristiana.
Surgiendo la expedición,  al mando de Fray Francisco Gutiérrez con un intérprete nativo hibito bautizado en la Iglesia Católica con el nombre de Manolito.
Este intérprete era todo un personaje, conocido en el Sector de Alto Huallaga, debido a que su madre fue robada  por los infieles en el Sector de Collay y este personaje tenía un padre procedente de la tribu de los infieles (amazónico jíbaro y cunibo).
Su madre regresó al pueblo de Collay con Manolito, cuando éste tenía 12 años de edad.
Cuando colaboró en la expedición de los españoles, Manolito tenía 12 años. Esta expedición peligrosa se realizó con un grupo de personas nativas con el objetivo de colonizar, evangelizar y apaciguar la zona y Fray Francisco se había dirigido hacia allí para llevar el evangelio.
Durante la caminata de tres días abrían trochas por los caminos donde los infieles transitaban, los cuales Manolito conocía perfectamente.
Fray Francisco Gutiérrez y tres nativos más se detuvieron algunos segundos como clavados en el suelo húmedo y fangoso del interior de la selva, pero solo por segundos, porque inmediatamente el temor y la inquietud que los asaltó, despertó sus sentidos adormecidos por el hambre y el cansancio.
Ahora ya no eran hombres comunes y corrientes, ahora se portaban como felinos al acecho, el ruido percibido por Manolito había delatado a un grupo de nativos que debían encontrarse por los alrededores.
Y todos ellos sabían que se trataba de aquellos infieles criminales peligrosos que estaban buscando.
Había ido hasta allí para llevarles el Evangelio a aquel grupo que tenían fama de rebeldes y que no querían saber nada con los seres de otras culturas ni con sus demás paisanos.
Y la expedición tenía que seguir adelante y enfrentarse a ellos.
Al continuar el camino por 14 días descubrieron un gran sembrío de yucas y se detuvieron para escuchar algún ruido que delatara la presencia de los infieles.
Nada, solo una extraña quietud, divisaron tres chozas grandes, pero el silencio que reinaba en el lugar seguía siendo extraño.
Fray Francisco Gutiérrez, se  dirigió decididamente hacia el grupo de chozas y peligrosamente se asomó a una de ellas, un coro de gritos se alzó dentro de la choza y sus ocupantes huyeron hacia la espesura, eran ancianos, mujeres y niños.
Manolito les gritó que no tuvieran temor, que venían en son de paz, a enseñarles el Evangelio y el Padre Fray Francisco sacó de su mochila unos regalitos  que los asustados nativos recibieron y quedaron en absoluto silencio.
Y cuando les dijeron que estaban cansados y tenían hambre, una mujer se levantó y les alcanzó un recipiente con yucas, los nativos les dieron a entender que los varones habían salido de caza para la Gran Fiesta de la Luna Llena.
Al amanecer llegaron los varones trayendo abundante carne del monte y empezaron a gritar salvajemente al ver a los intrusos, parecía que de un momento  a otro les iban a atacar porque les empezaron a rodear como fieras que iban a saltar sobre ellos.
Manolito les habló sereno: Hemos venido en paz, queremos acompañarles en la Gran Fiesta de la Luna Llena y les traemos regalos.
Y empezaron a sacar espejitos, cintas de colores y cucharitas , y empezó a entregarles.
Los nativos cautelosos fueron recibiendo cada uno su regalo y dando gritos y saltos de júbilo, porque nunca había visto esa clase de regalos.
En la noche empezó la fiesta se levantó una inmensa hoguera en el centro de la aldea y empezaron a cocinar la carne de monte que debían ofrecer a la luna.
En su rito, los nativos daban vueltas en silencio alrededor del fuego, primero lo hacían los niños, mientras todos permanecían en silencio, luego las mujeres y finalmente los varones.
Empezaron a comer mirando siempre a la luna, le ofrecían el trozo que tenían en la mano y seguían comiendo.
La nocge llegó a su fin con una soberbia borrachera a base de masato y al mediodía los nativos iban despertando.
Durante la segunda noche, Fray Francisco Gutiérrez empezó a hablarles de un Dios más grande que la luna y el sol.
Les habló de la creación, de la entrada del pecado y de la salvación.
Permanecieron dos días entre ellos, al final de los cuales regresaron a Cajamarquilla dejando en medio de la selva, la semilla de la verdad que Dios, el tiempo y la labor posterior de los nativos se encargarían de hacerlo germinar.


sábado, 1 de diciembre de 2018

EL HIITIL


                  (Francisco Izquierdo Ríos)
Es un árbol no muy grande con hojas menudas, corteza casi roja cubierta de gránulos.
La “quemazón” que produce es debido a alguna sustancia caustica que contiene.
El enfermo padece fiebre alta una semana, lapso en el que tiene que curarse tomando baños en todas las mañanas de cocimiento de hojas de papaya, de zanahorias o de paico.
Para evitar todas esas molestias las gentes aconsejan que en el mismo  instante que el hitil quema a alguien éste debe hacer el simulacro de ahorcarse con una débil soga que colgará de la rama del mismo árbol, exclamando: Yo hítil… yo hítil y dando al árbol. En cambio su nombre e inmediatamente después de haberse trozado la soga, con el pedazo de ésta en el cuello debe correr y sin voltear el rostro atrás, regresar a su casa.
Dicen que en esa forma es anulado el poder mágico de aquel árbol de mal genio.
Cuento
Trabajen negros… Trabajen negros gritaba Antolín Picsha desde el camino y las avispas negras producían ante esas palabras mágicas un sordo rumor dentro de sus panales que colgaban de las ramas de árboles altos como blancas campanas.
Trabajen negros…trabajen negros y las avispas producían un sordo rumor como si en verdad se pusieran a trabajar, en ese momento Antolín Picsha iba esa mañana a cortar leña en la selva, cuando descubrió los panales de las avispas negras y se puso a gritar las palabras que hacían trabajar a aquellas: trabajen negras…trabajen negras.
Antolín Picsha estuvo largo rato entretenido en esa alegre travesura, después siguió su camino.
En uno de esos parajes entró a cortar leña  y después de haber juntado algunos palos secos, se internó más en el bosque que iba a cortar de una rama caída, cuando dio un salto y cuadrándose con el machete en alto, saludó:
Buenos días Señor Hitil-
¿Qué pasaba? ¿Estaba loco Antolín?
No, había descubierto entre los árboles al terrible hitil, el árbol que quema y antes de que le hiciera daño se apresuró a saludarlo con el debido respeto.
Pues, este árbol de la selva produce fuertes quemaduras en el cuerpo a la persona que no le saluda.
Por eso, Antolín Picsha, cuadrándose como un militar, le hizo presente sus respetos, ahora hasta podría tocarlo sin temor a ser quemado.
Luego con toda seriedad, para mayor seguridad le dijo: Tú, Antolín Picsha, yo hitil.
Es otro secreto, pues inmediatamente de saludar al hitil, hay que darle nuestro nombre, tomando uno en cambio el de él, así el árbol queda más contento.