viernes, 31 de agosto de 2012

L A C H A P A N A

Sobre un árbol grande, con varas resistentes de fierrocaspi y sogas de monte, improviso al comenzar la tarde una chapana a manera de tarima, luego trepo a lo alto antes de que la luna apareciera entre los cerros verdes de esa inmensa selva virgen.

Luego el chapanero imagino la distancia entre su observatorio y la collpa, un hermoso árbol de oje junto a la quebrada. Puso un cigarro mapacho sobre su oreja izquierda para cuando llegara la zancudera y se puso a esperar como hasta ahora.

Durante meses intento en vano darle caza con pesados apretadores, monto tramperas con escopeta de caño recortado en las que un cordel hábilmente camuflado y tensado a lo ancho de sus caminos habituales, accionaria el disparador a su paso.

Encontraba luego que sus huellas se perdían al borde mismo de las trampas. Con los chacareros vecinos  a su tambo organizo partidas para darle caza, pero sin encontrar indicios de su existencia.

Ahora sentado en su chapana, cambio de posición, la escopeta Winchester y su potente linterna de tres pilas esperaban junto a el. Para espantar a los zancudos y a la manta blanca que se tornaban insoportables prendió su mapacho. Le gustaba el aroma fuerte del tabaco que el mismo preparaba a la oración.Las lechuzas continuaban su dialogo incesante y las maldijo.

Estaba lleno de presentimientos, esta noche si vendría. Hacía días que lo venia emboscando en distintos lugares. De pronto una enorme shosna salto de entre el follaje para colgarse en una rama, exactamente sobre su cabeza, produciéndose la huida estrepitosa de las aves que anidaban en su entorno y se acomodo lo mejor que pudo en su chapana.

Cubriendo con la mano el reflector, probo la luz de la linterna que encontró mas potente que nunca, sin dejar de mirar al bosque, podía reconocer todos los sonidos del monte.

Pasada la medianoche, el viento separo las ramas de un árbol viejo y cansado a su costado. Ahí fue que vio al tunchi de su compadre buscando mitayo para su familia ahora en el desamparo. Se le ocurrió que las almas no andaban con suerte.

Observo que en las manos llevaba una vieja escopeta abancarga y en el rostro la palidez del dia de su entierro. El tunchi le saludo con la mano al pasar y cuando termino de santiguarse las ramas habían vuelto ya a su lugar.

Se mantuvo quieto, temiendo que su agitación lo delatara, sabia que las víboras solo atacaban si se sentían agredidas. La venenosa lora machacuy paso reptando lentamente sobre su pierna como si esta fuera una rama mas. Ahora podía volarle la cabeza con un disparo, pero la dejo marchar para no alertar a su presa.

Recuperando el alma, fijo en su mente la posición del animal, no lo sintió llegar, pero la presentia cerca, pudo percibir su olor, podía oír sus pisadas.

Se extremaron sus funciones vitales, opto la postura de tirador con la linterna pegada en la escopeta, tiene los dedos a la expectativa, la boca reseca y el corazón que se le escapa a golpes, afina la puntería, el índice derecho está en el gatillo y el pulgar izquierdo está listo para presionar el interruptor de la linterna, toma aire lentamente conteniendo la respiración.

Apenas la forma emerge de la espesura, un rayo de luz cegador violenta la oscuridad. Suena el disparo, mas la visión mágica ya ha sido recuperada por el bosque. Comienzan ahora a retornar los sonidos del monte y le traen la sensación de la derrota.

Lento y desesperanzado es el regreso por la senda y cabizbajo saborea su amargura el cazador.

Le toma un par de horas el regreso hasta su chacra, bajando por la ladera, corta al paso un  enorme racimo de plátano y venderá sus productos.

Por la noche, en la cantina de doña Jeshu, con un chuchuhuasha bien pintado, conversaba con los otros chacareros, hablaron de las cosechas y las lluvias y el les contara de su venado.

Luego, el día domingo comprara nuevos pertrechos para continuar su caceria.Esta vez no se le escapa, jurada se la tiene. Apura el paso para llegar a su tambo y en el árbol de zapote, los paucares madrugadores invitan a todo el mundo y se burlan de su suerte y de su soledad.

Carlos Velásquez Sánchez

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