martes, 7 de mayo de 2013

OMNIPRESENTES HORMIGAS (II)

Escribe: José Álvarez Alonso (*)

Algunos turistas despistados se quejan de que en la selva amazónica apenas se ven animales. La verdad es que están ahí, lo que pasa que la mayoría son pequeños y poco visibles (especialmente insectos, pero también anfibios, reptiles y otros vertebrados pequeños, muchos de ellos nocturnos). Decíamos en un artículo anterior que las hormigas, junto con los otros insectos sociales (termitas, avispas y abejas) representan entre el 75 y el 80% de la biomasa animal de la selva, superando a todos los mamíferos, aves, reptiles y anfibios juntos, y que se calcula que pueden llegar hasta representar hasta el 30% de la biomasa animal. Una hectárea de bosque amazónico puede albergar hasta siete millones de hormigas.

Habiendo hablado ya del diminuto ‘pucacuro’, hoy hablaremos del “sitaracuy” y del “ichichimi”,dos hormigas de mediano tamaño y bastante más conspicuas. Los poderosos ejércitos de hormigas soldado, el popular sitaracuyde los amazónicos (Ecyton buchelli), son uno de los espectáculos más impresionantes de la selva. He visto centenares de veces estas procesiones predadoras, y nunca dejan de fascinarme, no sólo por las aves que les siguen, profesionales aprovechadores de los insectos que levantan en sus correrías, sino por las escenas de pánico generalizado que provocan entre los diminutos habitantes del suelo del bosque y de los arbustos bajos: insectos, arañas, lagartijas, escorpiones, ranas, y hasta pequeños roedores a veces salen despavoridos conforme llegan las avanzadas de soldados rebuscando hasta el último resquicio por entre la hojarasca, los troncos y el follaje.

Se dice que son capaces de matar animales regularmente grandes si los encuentran indefensos (por ejemplo, crías de aves en su nido, o crías de otros animales terrestres de pocos días de nacidos). Las temibles avispas no son nada para ellas, y atacan sus voluminosos “cacerones”en busca de las tiernas larvas ante la impotente mirada de los adultos.

Muchas veces he sentido la dolorosa mordida de los soldados sitaracuy, provistos de impresionantes mandíbulas, por descuidarme observando absorto el espectáculo. Pero una vez en particular los disfruté plenamente y por todo mi cuerpo. Fue en una zona cercana a la frontera con Brasil, como a unos 30 km. al este de Contamana, en la llamada Sierra del Divisor. Yo iba con mi equipo de observar aves por una antigua vial de madereros (ilegales, para variar), y como el suelo era parejo me distraje mirando a una bandada de aves que se desplazaba por el dosel. En un punto me paré para mirar con los binoculares, sin percatarme de que el suelo estaba ocupado.

Luego de unos momentos comencé a sentir por debajo de los pantalones las mordidas, y cuando miré al suelo vi horrorizado que estaba en medio de una densa columna de sitaracuys. Me habían subido como un centenar, la mayoría por encima de la ropa (por eso no las sentí al principio), pero como una decena ya estaba circulando por debajo de los pantalones y comenzaban a meterse por las mangas y el cuello de la camisa. Tuve que desvestirme, ahí mismo en medio de la trocha y de las picaduras, para evitar mayores daños. Felizmente estaba solo, y pude limpiar de los valerosos soldados‘sitaracuy’ mi vestimenta antes de volver a ponérmela.

Los piratas ichichimis

El ‘ichichimi’ o ‘ichishimi’ es una hormiga curiosa: es bastante rara en muchas zonas (de hecho suele estar ausente de las zonas de bosque secundario, chacras y pueblos), pero abunda en algunas zonas de bosque primario, por alguna razón que no puedo comprender hasta ahora. Es una hormiga ciertamente inofensiva, no muerde fuerte y no tiene veneno aparente, pero se convierten en un fastidio por su manía de meterse en todas partes, desde la ropa hasta la comida (su significado en Kichwa-Alama, literalmente“boca sucia”, parece hacer alusión a esa manía).

En cierta ocasión estaba viajando con mi hermano Jesús, y los indígenas Alfonso Isampa y Enrique Maynas por el río Tangarana, afluente del Pucacuro, para preparar la propuesta de creación de la hoy Reserva Nacional Pucacuro. En una parte del río, en cualquier sitio donde atracábamos veíamos a las pocas horas el bote invadido indefectiblemente por el fastidioso ichichimi. Lo curioso es que ni más arriba ni más abajo tuvimos ese problema. Atracamos un día en un varadero con el objeto de meter la canoa en una cocha, para realizar estudios de fauna y para pescar algo para el rancho. Recuerdo que era una cocha bellísima, prácticamente virgen, porque observé lo que nunca había visto en mi vida: varias charapas soleándose en media cocha, asomando apenas la parte superior de su casco la punta de su cabecita por encima del agua, mientras un enorme cardumen de curuharas se asoleaba en medio de la cocha.

Previendo el problema del ichichimi invadiendo en nuestro bote, decidimos anclarlo sin topar para nada la orilla, y así impedir el acceso de las invasoras. De modo que cortamos un buen palo, lo clavamos en el agua cerca de la orilla, y le amarramos el bote. Luego de verificar que ninguna parte del bote tocaba en la orilla, nos fuimos hasta la cocha. Luego de varias horas, cuando volvimos al bote, lo encontramos… lleno hasta el moño de ichichimi. Todas nuestras ropas, equipaje, trastos de cocina, comida, todo estaba cubierto de miles y miles de hormigas. Luego de investigar un poco descubrimos por donde habían pasado: había una delgadísima soga, de esas que llaman “itininga”, que colgaba desde la copa de un árbol y apenas topaba el techo del bote. Las benditas hormigas habían hallado este puente inopinado y enfilado sus ejércitos hacia nuestro inerme vehículo, probablemente atraídas por el olor de la comida y las sales minerales que impregnaban nuestros objetos (ciertas sales son muy escasas en la selva virgen, y los insectos las buscan con ahínco).

Como dormíamos en nuestras hamacas en el bote (cubierto con techo de ‘pamacari’), era obvio que lo podíamos convivir con similares vecinos. Así que nos pasamos más de una hora tratando de sacar a las hormigas, tarea bastante difícil, porque se comprenderá que tenían sus propios planes y se mostraban bastante reacias a abandonar el botín.

Por supuesto que automáticamente bautizamos a la cocha sin nombre con el nombre de… Ichichimi.Espero que cuando hagan un mapeo detallado de la reserva conserve este nombre, Alfonso Isampa se comprometió a difundirlo entre sus compadres. 

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