domingo, 10 de abril de 2016

NO ES EL ISHACO


Isaías Charcape caminando por la playa solitaria, jalando su burro con alforjas repletas de muy muy regresando a su pueblito de agricultores y pescadores.
Isaías ayudaba a sus padres en las faenas de la pesca y vendía los muy muy con su hermanita. Pescaba con su padre y vendía corvinas, lenguados y chitas.
Cuando Ishaco caminaba por la playa con su burro aquel atardecer, oyó un grito en el mar y vio unos brazos que se agitaban entre las olas.
Amarró a su burro en una estaca, se desnudó y se lanzó a las aguas y batallando con las olas logró acercarse a la persona que se ahogaba.
Era un muchacho como él, Ishaco lo cogió por los hombros y comenzó a sacarle a la orilla nadando vigorosamente, se cuidaba de que no lo abrace sino los dos se ahogaban, hasta que salieron a la playa.
Ishaco rápidamente se puso en pie, cargó al desconocido, lo colocó boca abajo para que arrojara el agua ingerida, le flexionó los brazos, le dio respiración boca a boca.
Hasta que Ishaco notó con alegría que el muchacho respiraba y lo echó sobre su burro y lo llevó a su casa.
¿Quién sería el muchacho?
Ishaco iba tomando conciencia acerca de él a medida que caminaban.
Era blanco, rubio, con traje elegante, casaca de cuero y pantalón de fina tela, reloj pulsera de oro con cadena de oro, le faltaba el zapato izquierdo que seguramente le despojó el mar.
¿Quién sería?
Quizás uno que vino a Lima  a pescar con anzuelo desde las rocas y una ola se lo llevó.
Ya anocheciendo, llegó a su casa, los perros le ladraban, salió la madre y corrió a preparar una tarima, adonde  el padre le condujo al extraño en sus brazos.
Encendieron la lámpara a kerosene, la señora le quitó la ropa mojada, le secó y frotó el blanco cuerpo con una toalla, le vistió con una camisa y pantalón de Ishaco.
Guardó su reloj de oro, le masajeó el rostro y el cuerpo con una infusión de aguardiente y romero.
El muchacho de un rato abrió los ojos y se quejaba, iba reaccionando. Ishaco y sus familiares le acompañaban.
Tarde la noche le dieron un jarro con caldo de pollo y comenzó a hablar.
Su nombre era Enrique Polar Ugarteche, vivía con sus padres en San Isidro, Barrio Residencial de Lima, calle Mariscal Palacios Nª 139 y su teléfono 320647.
Ishaco, que sabía leer y escribir, pues cursaba el tercer año de primaria, iba apuntando los datos en un cuaderno, porque sus padres eran analfabetos.
“Vine a pescar con anzuelo, sin decir nada a nadie y una ola, una ola” y se quedó dormido.
Muy temprano Ishaco se fue a Mala, donde había un teléfono público. Sus padres y él pensaron avisar a la policía de Mala, pero decidieron actuar de un modo directo.
Ishaco tuvo suerte, el teléfono estaba libre y marcó el número.
-          Aló…..el número320647.
-          Sí contesta el mayordomo de la casa.
-          Quiero hablar con el señor.
-          ¿ Co el señor? ¿ Y sobre qué?
-          Sobre su hijo Enrique.
-          Sobre el niño Enriquito. Espere, espere.
-          Aló soy la madre de Enrique.
-          ¿Dónde está mi hijo?
-          Señora, se halla en mi casa, en el pueblito de Asia, estaba ahogándose en el mar y yo lo salvé.
-          ¿Asia?
-          Sí señora, después de Mala.
-          Nos vamos enseguida.
-          Yo me llamo Ishaco Charcape, pegunte en Asia por la casa de Ishaco.
-          Don José Polar y doña Adriana Ugarteche, con el médico de la familia, llegaron al pueblito de Asia en un flamante automóvil, recogieron a Enrique de la casa de Charcape y volvieron a Lima.
-          ¿Lo llevamos a una clínica?
-          No,señora Adriana, opinó el doctor: en la casa se repondrá bajo mi atención.
Ishaco y su madre que iban con ellos, fueron relatándoles lo sucedido.
Todo esto, le pasa a Enrique por caprichoso, por muy engreído. Tu Adriana, lo mimas mucho, le dijo su padre.
Es mi hijo, contestó la madre.
Llegaron a la mansión, todo era un alboroto, la abuela, las hermanas, las tías de Enrique, lloraban porque le creían desparecido.
La casa de los Polar era lujosa.
Ishaco y su madre se quedaron en el patio, nadie se acordó de ellos, hasta que cansados, abandonaron silenciosamente la lujosa residencia.
No pasó mucho tiempo, cuando Ishaco y su madre fueron a Lima y el Jr. de la Unión vieron a doña Adriana con su hijo Enrique.
Ishaco se dirigió a abrazar a Enrique, pero recibió de éste el mayor desprecio.
Doña Adriana y su hijo entraron en la Iglesia de La Merced, santiguándose.
Mamá – exclamó  Ishaco casi llorando . No me ha reconocido Enrique.
No es él, Ishaco, le contestó su madre. No es él.
Pero la señora estaba convencida de que era él.



sábado, 9 de abril de 2016

MI TATARABUELA

                 (Tania Arévalo Lazo )
Tarapoto, conocida como la “Ciudad de las Palmeras”, tenía una amplia plaza frecuentada por visitantes y lugareños, en la parte alta estaba la vieja casona de mi tatarabuela, una viejecita con trenzas larguísimas y peinetas adornadas con cintas.
Se llamaba Rosario Ramírez Gómez y era conocido por los paisanos como “Rosha Barba”, debido a que a simple vista aparentaba ser bigotuda.
¡Ella era mi tatarabuela! Usaba polleras floreadas y blusas bordadas a mano con dibujos.
En esos tiempos, las “yanasas”  no llevaban calzón y orinaban paradas como los hombres en medio del camino y mi tatarabuela era una típica yanasa, descendiente directa de los indios lamistas.
Sus pies generalmente descalzos y usaba un bastón de madera para guiarse, ya que era ciega, pues perdió la vista a los 31 años.
Se deleitaba contando cuentos a los niños que la visitaban, historias sobre las sirenas de los ríos, que cantaban en las noches a los navegantes, los bufeos que se robaban a las personas y se los llevaban al fondo de los ríos, la tenebrosa  achiquin vija, una anciana bruja que se comía a los niños solitarios.
También hablaba del chullachaqui, un diablillo del bosque que se aparecía a los caminantes del bosque y lo que más llamaba la atención eran historias sobre el tunchi, un personaje conocido por sus silbidos y muy temido por los grandes y chicos porque personificaban el alma de un difunto.
Ella narró que una vez hubo un eclipse total de sol y toda la ciudad de Tarapoto quedó a oscuras, las personas se asustaron mucho porque ignoraban lo que sucedía y pensaban que era el fin del mundo, fue un hecho que nunca pudo olvidar.
La casa donde vivía era grande, tenía una cocina rústica al fondo del huerto con techo de hojas de palmeras y había un enorme horno de barro y una tullpa(cocina a leña) que siempre paraba encendida, donde se asaban plátanos, se preparaban comidas con carne del monte, hormigas, grandes suris y una especie de ratones del monte que hoy día ya no se ven.
No faltaba el mazo de sal extraído de la mina de Pilluana, que era utilizada para preparar tacachos  con chicharrón y manteca de chancho.
Mi tatarabuela ayudaba a amasar las sabrosas rosquitas de almidón, tortillas como huahuillos y pushcos, suspìros, panes y bizcochuelos de maíz, los que lo preparaban batiendo huevos en una olla de barro, girando un palito de madera entre sus manos.
Le agradaba sentarse sobre una banca de madera para escoger el arroz, que primero eran pilados en un pilón del huerto antes de ser depositados sobre la larga mesa del comedor.
Todas las mañanas se levantaba con el canto de los gallos y agitando el maíz dentro de una bandeja redonda, llamaba y alimentaba a las gallinas y pollitos.
Ella dedicaba la mayor parte de su tiempo a tejer hermosas pretinas, hamacas y manteles de variados colores.
En sus ratos libre se dedicaba con paciencia a los niños piojosos, quienes eran despiojados por sus delicadas manos o por una menuda peineta confeccionada de cuerno de vaca.
A pesar de su ceguera, ella era alegre e incluso iba a su chacra en compañía de sus hijas ya mayores llevando un bastón.
Cuando las lluvias era torrenciales y nadie podía ir a la chacra, doña Rosha Barba , pedía que alguien dibuje sobre la tierra del patio un sonriente sol, mientras encendía las velas a “San Joaquín”, el abuelo de Jesús, un santito barbón de medio metro de alto, fabricado con yeso y al cabo de pocas horas cesaba la lluvia.
Una vez le contó a mi mamá que estando sola en su cuarto, sintió la presencia de alguien más, le pareció que era un niño pequeño, porqué se dejó tocar la cabeza y extrañamente tenía unas orejas puntiagudas por lo que supo que era un duende.
Este duende era bromista y jugaba con los mosquiteros de las camas.
También decía que todos los años, una semana antes de cada primero de noviembre, bajan del cielo las almas de los muertos, en medio de truenos y relámpagos, asustando a todos , especialmente a los niños y que después de visitarnos y recoger sus pasos, los espíritus subían de la misma forma en que llegaron.
Ella murió ancianita, estuvo en cama varios días y que en su agonía podía ver hermosos jardines con flores y niños alegres.
Ella conocía la luz, porque no siempre fue ciega, le dijo a mi mamá que los labios de Jesús parecían pintados de rojo.
Todos la recordamos, desearía haberla conocido más. Ha de haber sido ella muy divertida.


LA NIÑA DEL RENACO


Esta historia se situa en el año 1973 en la ciudad de Moyobamba, fue relatada por un cazador español que residia en la zona llamada cococho; fue un hecho impactante que dejo en un estado de coma al cazador español, la leyenda fue relatado despues por su acompañante Jose Izuisa Ventura ....

Era Mayo de 1973, y la lluvia en esta epoca era muy seguida por vientos que iban y venian de norte a sur, en ese tiempo era muy concurrida la caza y pesca de animales de monte y de zungaros, Don Jose Izuisa Ventura, tenia 37 años y era un experto montaraz, conocia todos los caminos y linderos de cazeria, tanta era su fama que un feudal español amante de la caza, que por motivos de negocios habia llegado al Perú, lo contrato para ir a retomar su vieja afición en la hermosa ciudad de Moyobamba, la entrevista fue satisfactoria y trazaron partir un sabado donde suponian que la lluvia cesaria, llegó el día de partir, Don Jose Isuiza esperó muy temprano al español que lo había contratado eran las 4 y 30 de la mañana y el sentado y fumando su mapacho al frente del río Mayo, sentia el frio abrumador, media hora despues comenzo a llover ya eran las 5 de la mañana cuando aparecio el español muy jovial con una peculiar escopeta muy cara para esa época.
Partieron en el acto por un lindero que llevaba a un bosque frondoso lleno de vegetacion y sólidos arboles y renacos por doquier, seguia  lloviendo y ellos caminando, platicaban de hazañas de caza como era de suponerse el español solo hablaba de él; se detuvieron en un claro donde divisaban collpas donde los animales iban a sustanciarse con ellas, en eso vieron de lejos a un majás muy hermoso y gordo, al cual el español sin dudar disparó y mató en el acto, Jose Isuiza conocedor de esa zona advirtió al español que no era prudente hacer mucho ruido ya que los animales se perderian en la espesura del monte y que hay que saber cazarlos, el español solo replico que el sabia lo que hacía, pusieron al animal en una especie de bolsa que el español traía y lo cargaron cuesta arriba el animal pesaba tanto que lo tuvieron que esconder para el regreso, paso una hora y llegaron a una laguna inmensa donde de lejos se veia un ciervo, pero Jose Isuiza presentia algo ya que en sus dias de explortacion nunca habia visto aquella laguna, en eso se les apareció en el fango pisadas de animales que Don José conocía pero que nunca habia logrado ver tan de cerca, se dio cuenta entonces que en su alrededor habian inmensos renacales.

Don José sabiendo que se trataba del viejo diablo del monte el chullachaqui, que los habia atrapado, trato de convencer al español de alejarse pero este en su ambicion vana, fue y persiguio al venado, el cual extrañamente no huia de el, solo caminaba muy rapido y lento a la vez atrayendo al ingenuo cazador, de pronto el venado se transformo en un demonio abobinable que tenia figura de un oso hormiguero, el cazador español disparo varias veces sin hacerle daño, Don Jose Isuiza aterrado cogio una rama y persiguía al animal pero este no se amedrentaba, de pronto se oyó un grito que asemejaba a una niña y el demonio desapareció, el español aterrado y consternado parecia distinguir ese grito, asi que obligó a Don José Isuiza  ir por donde provenía esa voz demoraron casi dos horas y al llegar a un claro vieron a un pequeño chullachaqui con cara de un viejo con cuerpo abombado con un pie que no se distinguia mucho y un pie de venado, el español disparo dos veces, pero no se inmutaba el demonio ante esos disparos de pronto señaló arriba del renaco, al mirar el español grito de terror y al instante cayo desmayado botando de su boca sangre y vómito, Don José logró ver la imagen de la niña y se sorprendió ya que era la viva imagen de la pequeña hija del español.........

Autor : JOSE ANTONIO CORDOVA WAJAJAY


EL DUELO (HUMBERTO DEL AGUILA ARRIAGA )


Sinchi, el joven otorongo, señor absoluto de la selva de Chambira, esperaba a orillas del lago, oculto entre las altas hierbas, con los ojos fijos esperaba la llegada del venado.
Tenía que llegar, pues, Sinchi sabía que un venado va siempre a calmar su sed en el mismo sitio y el día anterior había visto las huellas del animal en el fango, lo que indicaba que el venado había pasado por allí.
Sinchi, pensó en seguir los rastros, pero desistió, era preferible esperar al día siguiente, entre tanto afilaría sus garras en la corteza de un árbol.
Sinchi esperaba, hasta que por fin llegó el venado. Bebía con las patas delanteras hundidas en el agua, inconsciente del peligro que le amenazaba.
Sinchi, se preparó a dar el salto, se replegó sobre sus patas traseras, encogiéndose todo lo que pudo hasta convertirse en una bola amarilla con manchas negras.
Pero, de pronto el venado desapareció dentro de  las aguas, como si hubiera sido arrastrado por una fuerza misteriosa.
Sinchi, no salía de su asombro y no podía explicarse lo que había pasado, de pronto se formó un remolino en el lago y apareció la cabeza del venado ya moribundo, luego salió otra cabeza negra y larga, era la cabeza de Huácac, el más robusto lagarto del lago.
Huácac, también había estado acechando al venado, horas y horas, sin hacer el menor movimiento, como si fuera un tronco podrido y cuando llegó el venado, le cogió sin más trabajo, que abrir y cerrar sus poderosas mandíbulas.
Sinchi. Al verse burlado por Huácac, sintió una ira profunda como puede sentirlo un otorongo joven, pero lo disimuló y confiado en la amistad que tenía con el lagarto, le pidió compartir la presa.
Huácac, ni siquiera se dignó en responderle. Mirándole burlonamente, nadó con la presa  entre sus mandíbulas a la orilla opuesta, arrastró al venado a la playa y comenzó a devorarlo y Sinchi dio un rugido de cólera.
Pasaron muchos días y en la selva nadie oía los rugidos de Sinchi. Nadie tampoco lo había visto y todos creyeron que Sinchi había muerto. También lo creyó Huácac y se alegró, porque sabía que Sinchi no le perdonaría la ofensa y tenía miedo.
Por eso, ya se acercaba a la orilla y solo esperaba la época de la inundación para trasladarse al río, hasta donde no podía alcanzarle la venganza del otorongo, porque el río es muy grande y por él se puede ir a todas partes.
Y salió a la playa a secarse y a dormir una siesta ¡ Que agradable era el sol!
Estaba ya casi dormido, cuando sobre su lomo sintió un gran peso y un dolor profundo en el cuello.
Sinchi estaba sobre él. El otorongo se había ocultado para saciar su venganza.
Huácac se sintió perdido, porque un lagarto en tierra firme no puede luchar contra un otorongo.
Huácac estaba resignado a morir, pero con la valentía que sabe hacerlo un lagarto.
Pero Sinchi no quería matarlo, preferiría contestar una burla con otra burla y hacer que todos los animales se rieran de Huácac.
Y luego comenzó a devorarle, de la cual el lagarto estaba tan orgulloso. Huácac hubiese preferido la muerte.
Cuando el otorongo sació su hambre y su venganza, de un salto abandonó a su presa y se quedó mirándola burlonamente.
Huácac, horrorosamente mutilado se lanzó al río y se hundió en las aguas para ocultar su vergüenza, pero tuvo que salir muy pronto, porque las pirañas, atraídas por la sangre acudían en millares a devorar el resto de la cola.
Tuvo que salir a la orilla y hundir su cola herida en el lodo para resguardarla y esperar que sane durante varios días.
Mientras tanto, Sinchi se divertía cazando a los animales en una isla, pero llegó el invierno y las aguas subieron más pronto de lo que Sinchi esperaba y tenía que pasar a la otra orilla, pero allí estaba Huácac.
¡No importa! Una vez más se burlaría del lagarto y atravesaría el lago.
Silenciosamente, en la noche, se acercó Sinchi a la orilla. Poco antes, había estado rugiendo en un sitio distante para hacer creer a todos de que estaba cazando, de esta manera Huácac estaría desconcertado.
Se acercó al lago y sin hacer el menor ruido, se hundió en el agua, nadaba silenciosamente sin hacer el menor ruido. Le faltaba poco para llegar a la orilla y notó que tras él, se acercaba Huácac,
 Sinchi se apresuró y cuando sus patas tocaban el fondo del lago, sintió un gran dolor en el anca.
Era Huácac , cerca había unas raíces y con sus garras se prendió de ellas, hizo un supremo esfuerzo y salió a tierra arrastrando al pesado lagarto, que hacía esfuerzos para arrastrarlo también al lago.
Sinchi se volvió rápidamente y clavó sus garras en el cuello de Huácac, la sangre de ambos animales se mezcló. El lagarto que se sentía morir, apretó sus mandíbulas y los huesos de Sinchi, crujieron y se rompieron.

Un zarpazo más y Huácac murió con los dientes apretados, Sinchi también moría, pero antes reunió sus fuerzas que le quedaban y lanzó un rugido sonoro que hizo saber a todos los animales que Sinchi había muerto como un guerrero.