martes, 21 de junio de 2011

NARRACIONES DE NUESTRA AMAZONIA

GRITOS Y LLANTOS

En el año 1978, los pueblos de la cuenca del Huallaga, Biabo, Mayo y otros cargaban con su cruz hacia su calvario. En Semana Santa, abandonados a su suerte, viven su tragedia, pero los hombres y mujeres de todas las edades no se acobardan, se agigantan, luchan incansablemente, las aguas han invadido las calles y plazas de muchos pueblos, los víveres escasean y el agua turbia y sucia no sirve para beber.
Pero pasó todo, el sol de la selva envía sus rayos de fuego y de las turbulentas aguas de los ríos, solo queda en la memoria como un mal recuerdo: grandes pérdidas.
El río Huallaga semejando una gran serpiente plateada, luego de haber saciado su hambre, se ha estirado a lo largo de su cauce, dejando al descubierto sus siniestras huellas, desolación y muerte, hambre y miseria, viviendas, escuelas, templos y grandes extensiones de sembríos destruidos.
Cuando era las 2.00 a.m., el río Huallaga había crecido mucho por encima de lo normal y Radio Tropical informaba sobre los primeros desastres ocurridos a lo largo y ancho de nuestra zona.
Hombres y mujeres luchaban a brazo partido contra las fuerzas incontrolables de la naturaleza, rápidamente las aguas avanzaban por las calles de los pueblos ribereños, lamiendo y carcomiendo los cimientos de las viviendas y que muy pronto se desplomaban ante la mirada de sus propietarios.
Los niños mas pequeños han sido trasladados a lugares seguros, se improvisaban pequeñas balsitas y en cuya cubierta amontonaban los pocos enseres y pertenencias que salvaban. El resto de sus cosas han sido arrasados por el torrente o han sido aplastados bajo las paredes de las viviendas desplomadas.
Después de muchos gritos y llantos, pasó el vendaval, las aguas han vuelto a sus cauces normales. Pero, la gran “llocllada” ha dejado sentir su paso por la selva, ya no se escucha como antes el croar de los sapos, al parecer el gran torrente también los ha arrastrado.
Las gentes de los pueblos se han refugiado en las escuelas y templos, de la tushpa o cocina campesina no han quedado ni sus rastros. Nuestras mujeres trabajadoras, apoyada por los varones improvisan pequeñas fogatas, con los pocos palos secos que encuentran y en torno a estas fogatas se agrupa la gente para recibir su calor y comentan todo lo que pasó.
El mas anciano del pueblo dice: “Yo soy uno de los pocos viejos que aún quedan en la zona, ya mis contemporáneos se han ido de este mundo, a ver si también llueve en el otro lado. Durante los años que he vivido, èsta es la mas grande las inundaciones que superó a la creciente del Huallaga de los años 1940.
En aquella vez, también llovió mucho y los ríos se desbordaron, hubo muchas pérdidas en animales y sembríos, sufrimos grandes hambrunas y carestías, en aquella vez todavía no había la radio, no habían los aviones, los helicópteros, solitos nomás y calladamente sufrimos, pero con esfuerzo y trabajo habíamos logrado superar la crisis.
En aquella vez, se culpó a unos montaraces, que yendo a cazar animales, le hicieron enfadar a la YACUMAMA ó MADRE DEL AGUA.
La Selva es otro mundo, en sus profundidades habitan seres de toda clase, desde los más pequeños arbustos, insectos, árboles, fieras gigantes.
En sus entrañas existen lagunas inexploradas perdidas en los remotos confines de la selva, lagos y lagunas en cuyas cristalinas aguas se ven peces multicolores, en la superficie de sus aguas se ven patos, gansos y hasta cisnes salvajes.
Pero, más al fondo en las mismas entrañas de esas lagunas, vive una descomunal serpiente, es la dueña y guardiana de esas aguas.
Es la YACUMAMA o MADRE DEL AGUA, cuya tranquilidad debe ser respetada, pero, en aquella oportunidad se contaba de que unos montaraces turbaron su tranquilidad, allá en las montañas del Alto Huallaga, al disparar varios tiros de escopeta, de inmediato vieron aquellos cazadores como el cielo se oscurecía, un débil y delgado arco iris se dibujaba entre las nubes, para luego caer sobre el agua, violentos rayos y relámpagos rasgaban el cielo y los remolinos de vientos huracanados abatían las ramas de los árboles que hizo caer torrenciales lluvias.
Había enfadado la YACUMAMA.

Carlos Velásquez Sánchez

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