sábado, 21 de marzo de 2015

LA MUERTE DE UN CURANDER0

Amanecía en el poblado de San Antonio del Huallaga, aguas abajo del pueblo de Navarro, capital del Distrito de Chipurana y ese día don Raymundo Saurin, paso la ultima tarde con su esposa e hijos.
Y don Raymundo era conocido en toda la zona por su habilidad de curandero con yerbas, resinas y dietas rigurosas. Curaba a sus pacientes de sus dolencias y salvaba la vida hasta de lo que sufrían mordedura de serpientes venenosas de nuestra selva y por estas habilidades era querido por muchos y odiado por otros, porque decían que los brujos curan, sanan y también matan con sus  maleficios y actos diabólicos.
Y la noche fatal y escabrosa, se lleno de misterios y temor, cuando ya don Raymundo se encontraba descansando en su humilde choza junto con los suyos. Hasta que llego a la vivienda don Encarnación Napuchi, armado con una retrocarga, llamo insistentemente, se levanto la esposa y le dijo que él no podía levantarse por estar delicado.
Encarnación, se hizo el de retirarse e instantes después le disparo un balazo en su propia cama a don Raymundo, quien murió al instante, quedando su cuerpo inmóvil sin dar un solo quejido.
El criminal se dio a la fuga por el estrecho camino, mientras los hijos mayores lo perseguían para reconocerlo.
Ese día se entrego a las autoridades del Distrito confesando su sangriento crimen y los móviles para este acontecimiento, se reduce a que don Raymundo en su calidad de brujo había matado a algunos hijos de don Encarnación y tenía otro hijo, que en aquel instante se encontraba delicado, seguramente ya tenía el veneno o virote de la brujería, destinado a morir y así con este crimen, vengaría la pérdida de sus hijo ante el curandero.
Y cuando llevaron el cadáver del brujo a enterrarlo, mucha gente lo siguió hasta el cementerio y en esos precisos momentos que lo cerraban en la tumba, vinieron fuertes vientos y tempestades, que la gente corrió despavorida a sus hogares.
 Y más tarde comentaron que a don Raymundo lo habían visto nuevamente en su choza, al cabo de una semana de haber sido enterrado.
Carlos Velásquez Sánchez


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