miércoles, 5 de diciembre de 2012

E L C H U L L A C H A Q U I (E L S H A P S H I C O)

Cumplía 12 años y llego las vacaciones, mis padres acordaron ir a la chacra de mi abuelo y antes de partir fui a casa de don Mañanero a despedirme y el me entrego un pequeño amuleto para que me protegiese:” Con esto, estarás bien hijita” me dijo.

Y llegamos a la chacra, mi abuelito como siempre, vino feliz a nuestro encuentro.

Mi abuelito nos invitó chicha de maíz y al tomar , me acordaba de don Mañanero. Poco después yo me aleje, mientras mis padres conversaban con mis abuelitos.

La chacra estaba más bonita que el año pasado, parecía un paraíso y lo que más me gustaba es que seguía en pie mi chocita, la cual construí cuando era más pequeña. Cerca al pasto de mi abuelo había un barranco grande y profundo, donde nacía un hermoso manantial azulado.

Cuando los días eran fríos y solitarios salía un extraño hombrecillo del barranco que aterrorizaba a las personas que tenían sus chacras cerca al barranco. Este hombrecillo era chatito, viejito y era cojo, siempre usaba pantalones y camisas viejas, tenía un sombrerito que le tapaba gran parte de la cara, decían la gente de allí.

Una tarde yo y mi hermano nos fuimos al monte a revisar las trampas que él había puesto para atrapar palomas y conejos, siempre lo hacíamos, pero esa tarde vimos al hombrecillo.

Yo me puse a llorar de miedo, pero mi hermano me daba ánimos y después de media hora nos encontrábamos donde estaban las trampas, me puse contenta al ver la chacra, deje a mi hermano y me fui corriendo a la choza y después de un rato llego mi hermano y en la cena conto a mis padres lo que nos había sucedido en el monte. “Tengan cuidado” nos dijo.

Mi abuelo nos contó que este hombrecillo, siempre sale del barranco cuando no hay nadie y engañaba a las personas hasta hacerlos desaparecer para siempre, igual que quiso hacer con Uds. Toda la gente le llama “chullachaqui” o “shapshico”. Luego, nos fuimos a acostar, pero yo no podía dormir, pensando en lo que había sucedido en la tarde.

Al día siguiente, mi abuelito llevo a la hija de un peón a la casa y la vi desgranando maní para hacer inchicapi, me acerque, le pregunte su nombre y me dijo que se llamaba Rosa y desde ese día siempre jugábamos en la chacra.

A Rosa siempre le gustaba ir al manantial que estaba cerca al barranco, yo le decía que no se acerque, pero ella no tenía miedo, regresamos a la choza y le contaba a ella sobre mi amigo don Mañanero, que era un señor muy bueno, que siempre me contaba historias de la selva y Rosa me escuchaba atentamente.

Al día siguiente fuimos con Rosa a jugar en el pasto con los animales y luego me di cuenta que Rosa ya no estaba conmigo, la llame y la comencé a buscar, ,pero no la encontré, me fui donde mis padres y les conté lo que había sucedido y me ayudaron a buscarla, estaba yo asustada y comencé a llorar porque no sabía nada de Rosita.

Y me  acorde, que a ella le gustaba el manantial y fui con mi hermano a buscarla, al llegar al sitio, no encontramos nada, yo me fui al lado del barranco y allí encontré sus zapatillas, llame a  mi hermano y no supo que decirme y regresamos a la choza.

Allí encontramos a mi padre y a mi abuelo,  que no tenían noticias de ella. Les conté que había encontrado sus zapatillas cerca del barranco, entonces mi abuelo me dijo unas palabras que al escuchar me quede muda.

Dijo que el “chullachaqui” se la había llevado. Yo me puse a llorar, porque era la única amiga con quien me había acostumbrado y a quien quería mucho.

Mi abuelo y yo fuimos al día siguiente a casa de los padres de Rosa a dar la noticia, la madre de la niña al enterarse de lo sucedido lloro mucho y nunca olvidare el rostro que puso su padre.

Al ver las lágrimas de la familia, comencé a llorar junto con la madre. Después de dos días volvimos  a casa, pero yo ya no era la misma, había cambiado bastante, a veces me ponía a pensar en las travesuras que hacíamos con Rosita y me salían las lágrimas.

Después de dos meses volvía a la chacra de mi abuelo y a veces me voy al pasto a pensar sobre los momentos lindos que pase con Rosita y siento la presencia de ella, hasta parece que escucho sus pasos.

Pero el “chullachaqui” se la había llevado para siempre.

Carlos Velásquez Sánchez

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